Una huelga de obreros, de choferes de colectivo, de docentes, de médicos, de hombres, de mujeres, de niños hartos del gobierno hambreador. Doña Adriana quiere una huelga donde paremos todos. Peina sabias canas la jubilada de 72 pirulos frente al Congreso enjaulado: “Vengo todos los miércoles para luchar por nuestros derechos. Cobramos migajas, nos matan de hambre y nos sacan remedios. Encima nos mienten en la cara, diciendo que baja la pobreza y la inflación. Milei piensa que comemos vidrio”. Adriana llega a la miseria a fin de mes con la miserable pensión que le paga el miserable gobierno. “Me ayudan mis tres hijos, es un desastre, estamos todos igual, sobreviviendo. Por eso luchamos, los jubilados de la primera línea no somos pasivos, vamos al paro”. A unos pasitos, un compañero agita un cartel tatuado a mano que grita verdades: “Las canas no se manchan”.

La marcha en la previa del paro se engorda con sindicatos, orgas de tendencias y colores variopintos, estudiantes y laburantes, mucha gente de a pie. El combate de los bombos es ensordecedor en la Plaza de los dos Congresos. Por las nubes, un helicóptero de las represivas fuerzas del cielo surca el barrio. Las fuerzas del suelo no se achican. Las gargantas poderosas advierten una vez más: “La patria no se vende. Se defiende”.

Adolfo es hincha de Rosario Central pero no es ningún canalla: “Cómo no voy a venir, hermano. Estamos acá por los jubilados, por la gente que pierde el laburo, por los comedores sin comida, por los enfermos sin remedios, por los gays, por las lesbianas, por los de abajo que la estamos pasando mal. Por eso vamos al paro”. La híper del ’89, el crac neoliberal de 2001, los ajustes cambiemitas, Adrián está curtido a la hora de dar batalla contra los hambreadores. No lo apichonan las decenas de mastines de la Policía y la Gendarmería que cortan las calles en el operativo antiprotesta. Levanta hasta el cielo gris plomo un cartel con el rostro prusiano de la ministra “Bullreich”. Frente al gatillo fácil, ni un paso atrás.

El maestro Rodrigo sueña una huelga donde todo se detenga. Los colegios, las fábricas, los hospitales, las autopistas, los relojes… “Para mostrarle a este gobierno del hambre que pare la mano, que los laburantes no somos la variable de ajuste”, da cátedra el joven docente en lucha que se gana el mango en un primario porteño. Su sueldo es flaco, gorda es la cuenta de la tarjeta de crédito que usa para parar la olla. Rodrigo mira el Parlamento apagado, en sombras, militarizado… y da una clase de Historia: “Peleamos contra un gobierno antidemocrático, autoritario, ya hemos pasado varios. El pueblo tiene memoria de sus luchas. Por eso también vamos al paro”.

Adrián marcha esta tarde y va a parar todo el jueves para defender a su madre Gladys, a su tía Stella, a sus hermanas… “Laburaron toda su vida, siempre en negro, y este gobierno las boludea, a ellas y a todos los jubilados, a todos los laburantes. Por eso peleamos”. Fana de Nueva Chicago, le puso el pecho como un toro de Mataderos a las balas y los gases un par de semanas atrás: “Ellos son la violencia, les pegan a los viejos, al pueblo. Si esto no es una dictadura, qué es”. Al despedirse, el grandote desea un paro masivo que le cierre la boca al presidente bravucón de extrema derecha. Una huelga, dijo la escritora Gioconda Belli, donde nazca el silencio para oír los pasos del tirano que se marcha.
Fuente Tiempo Argentino