El gobierno reactivó la relación con el Fondo Monetario Internacional con un nuevo acuerdo de deuda que implica devaluación, ajuste, y beneficios para el sector financiero. Bajo promesas de estabilidad, se repite un esquema que ya fracasó con más inflación, deterioro social y una economía subordinada al capital especulativo. Las exigencias de Washington.
Por Adrián Murano|RDN| El gobierno de Javier Milei perpetró un nuevo ciclo de deuda con el Fondo Monetario Internacional. Es el programa 23 desde que el organismo fue creado en la posguerra para que las potencias triunfales del hemisferio norte mantengan a raya -y en el subdesarrollo- a los países proveedores de materias primas.
Como consecuencia de esos programas, la Argentina se mantiene por debajo de sus posibilidades y con penurias de todo tipo: pibes con hambre, familias al desamparo, trabajadores a destajo, jubilados supervivientes.
Con esa historia sobre el lomo de la patria, el gobierno celebró con abrazo de gol el acuerdo con el Fondo, que le da oxígeno a un programa económico ahogado.
El nuevo pacto, presentado con entusiasmo por el presidente el ministro de Economía y Timba Luis Caputo, contempla un desembolso inicial de 15.000 millones de dólares, dentro de un programa total de 20.000 millones. La operación llegó con un paquete de medidas que incluye una devaluación del tipo de cambio en torno al 30% -con la consecuente licuación en los ingresos-, y compromiso de más ajuste en un horizonte de reformas estructurales en materia tributaria, laboral y previsional.
Una vieja receta aplicada con nuevos relatos. “Es la primera vez en la historia que el FMI aprueba un programa para respaldar un plan que ya ha rendido sus frutos” celebró el presidente por cadena nacional. La ceremonia recordó el antecedente inmediato: Mauricio Macri también recurrió a la cadena para anunciar el regreso al FMI con un mega programa de deuda que, más temprano que tarde, se fugó en manos de grandes importadores, multinacionales y especuladores financieros. El costo, como es usual, quedó para los argentinos de a pie.
Cepo al bolsillo popular
El gobierno se llenó la boca con el anuncio del fin del cepo. Desde este lunes, cualquier persona podrá comprar dólares en los bancos, siempre y cuando lo haga de manera digital. Para las transacciones en efectivo rige un corralito de 100 dólares mensuales. Las empresas, por su parte, podrán acceder a divisas para importar y para girar utilidades a sus casas matrices.
A cambio, el gobierno eliminó el “dólar blend” para el agro, que permitía liquidar un 20% de las exportaciones a cotización paralela. El campo, que venía rezongando por un tipo de cambio atrasado, perdió así el último beneficio exclusivo. Lo mismo ocurre con la industria nacional, que ahora deberá competir con productos importados baratos mientras sufre caída de ventas, pérdida de empleos y falta de financiamiento en un escenario de mayor suba en la tasa de interés. La proverbial costumbre de la burguesía argentina de pegarse un tiro en el pie: el actual proceso de derecha que acunaron para extirpar al “populismo”, como sus predecesores, privilegia la valorización financiera por encima de la producción.
Total normalidad
El nuevo esquema cambiario incluye una banda entre $1.000 y $1.400, pero con intervención discrecional del Banco Central, que no solo comprará dólares si el precio baja del piso y venderá si supera el techo, sino cuando cuando le parezca. Según Caputo, la autoridad monetaria intervendrá “en caso de volatilidad o para acumular reservas”. Una definición que, en los hechos, significa más venta de reservas para sostener un tipo de cambio barato en plena inflación. Un plan que, desde la dictadura genocida, fracasó a repetición. Y ahora se recicla con más deuda.
El flamante acuerdo con el FMI trae consigo más de 23.000 millones de dólares entre el préstamo multilateral, aportes de otros organismos internacionales (como el BID, el Banco Mundial y la CAF) y una línea de crédito REPO por 2.000 millones de bancos privados. Ese colchón pretende despejar dudas sobre un eventual default en 2026 y sostener el tipo de cambio artificial durante el calendario electoral.
El financiamiento no será destinado a inversión productiva ni a obra pública. Tampoco servirá para mejorar el ingreso de los trabajadores ni reconstruir el tejido social. Está orientado, de manera explícita, a cubrir pagos de deuda, permitir giro de dividendos, liberar utilidades y garantizar el repago de pasivos entre casas matrices y sus filiales locales. También a facilitar la compra de dólares por parte de personas físicas, un modo de revivir la ilusión dolarizadora que empujó el derrotero electoral de Milei en la carrera a la presidencia.
Efecto inflación
El resultado del remanido programa -bautizado con pompa como “Fase 3”- es previsible: se profundizará el carácter especulativo de la economía. Se sostendrán los privilegios de los grandes jugadores del mercado a costa de salarios depreciados, empleo precario y pobreza creciente.
El mismo día en que se anunciaron las nuevas medidas el INDEC informó que la inflación de marzo trepó al 3,7%, el registro más alto en siete meses. En alimentos y bebidas, la suba fue de 5,9%, golpeando con fuerza los ingresos populares. La canasta básica alimentaria superó los $495.000, mientras que una familia tipo necesitó más de $1.100.000 para no ser considerada pobre.
Las cifras, más allá del porcentaje establecido por una canasta desactualizada, ilustran el deterioro del poder adquisitivo. En lo que va del año, el salario real cayó 18,5% en el sector público y 2,9% en el privado. Más de 5 millones de hogares debieron endeudarse, vender pertenencias o gastar sus ahorros para llegar a fin de mes. La deuda no es solo externa: también es doméstica, familiar y cotidiana.
Sobre esa desolación Milei aplicará la segunda devaluación en menos de medio mandato. Las políticas anunciadas consolidan un esquema de transferencia regresiva. Los importadores acceden a divisas baratas. Las multinacionales recuperan su capacidad de fugar ganancias. La banca refuerza su protagonismo como operadores privilegiados del nuevo orden financiero. En cambio, la industria pierde competitividad. El empleo registrado se precariza. El salario se achica. Los jubilados, que aportaron el 19% del ajuste, sobreviven con haberes de indigencia.
El presidente, entre balbuceos durante un discurso leído con dificultad, sostuvo que el nuevo acuerdo representa un salto hacia la estabilidad. Pero los antecedentes y las condiciones indican otra cosa. La apertura cambiaria se financia con deuda. La deuda se paga con más ajuste. El ajuste golpea la demanda interna y profundiza la recesión. La recesión baja la recaudación. Y la caída de ingresos obliga a más deuda. El círculo vicioso se repite durante la gestión de un presidente que se vendió -y muchos argentinos compraron- como “lo nuevo”.
“Tener que recurrir al FMI solo deja en evidencia el rotundo fracaso del Gobierno. Argentina, un país” escribió Manuel Adorni en marzo de 2020. El archivo vuelve como búmeran ahora que el portavoz presidencial juega como carta electoral del oficialismo en CABA. ¿Cómo impactará en el electorado libertario la evidente estafa narrativa que el gobierno exhibió en su primer año de mandato? Los políticos, en general, no pagan costos por hacer y decir cosas distintas, incluso opuestas. Pero la sociedad, que suele ser indulgente con las mentiras, se muestra cada vez más impaciente con los resultados: los últimos dos gobiernos – Macri y Alberto Fernández- se vieron privados de reelegir por su fracaso en revertir el deterioro de las condiciones materiales que se abate sobre las mayorías populares.
Tocando fondo
Todavía se desconocen los compromisos que asumió la Argentina frente al FMI. No es secreto que el organismo funciona como ariete injerencista de Estados Unidos, su principal accionista. Los dos últimos programas, en Ucrania y El Salvador, incluyeron condiciones severas y distintas a las habituales. La autocracia de Bukele, por caso, entregó el país como un nuevo Guantánamo para la deportación masiva de inmigrantes que ejecuta Donald Trump. El país europeo, luego de algunos corcoveos, aceptó empeñar su minerales por el puñado de dólares que giró el FMI.
No se sabe con certeza que le pidió EEUU a la Argentina para conceder el préstamo, pero es probable que el lunes las condiciones lleguen en la valija diplomática de Scott Bessent, secretario del Tesoro norteamericano. No se trata de un burócrata gris. Es el mismo que hace unas semanas celebró en una entrevista la detonación de un gasoducto que redujo la provisión de energía a Europa, sugiriendo incluso que podría haber sido provocado por Estados Unidos. Las nuevas generaciones de derechas no disimulan el goce por la crueldad.
Milei, reconocido groupie de Trump, se entrega mansito al vínculo sodomita. La diplomacia del saqueo avanza oxigenada por dólares frescos y una oposición distraída en su ombligo. Pero las encuestas muestran signos de una sociedad defrauda y agotada en transición al hastío. Mal presagio para un gobierno que ató su destino a los negocios de la casta financiera y al pulmotor tóxico del FMI.