Durante la noche del último martes de abril, ante el portón de la emisora donde se desarrollaría el debate entre los 17 candidatos que encabezan las listas electorales porteñas, el apriete del asesor en jefe del régimen libertario, Santiago Caputo, al reportero gráfico de Tiempo Argentino, Antonio Becerra, derivó en un relato visual único e irrepetible.
Su primera secuencia se resume en pocas palabras: las fotos tomadas por nuestro compañero a Caputo, mientras éste, con estudiada lentitud, extiende una mano hacia Becerra para agarrar la credencial que le cuelga del cuello, antes de fotografiarla con su teléfono celular, mientras otro celular, el de alguien que se encuentra junto a ellos, filma la escena completa. Una gran producción coral.
Este cortometraje continúa al día siguiente en la Casa Rosada, cuando el vocero Manuel Adorni esgrime al respecto una excusa antológica:
–En realidad, Caputo quiso saber quién era el periodista sólo para ver si había salido bien en la foto.
Pues bien, a modo de epílogo, esa imagen se difunde casi en paralelo. Es un primer plano del rostro de Caputo. Un rostro desencajado y humedecido por la transpiración, con la mirada vidriosa y una horrible mueca en la boca; el típico semblante de quien está sumido en un –diríase– consumo problemático. Se ve que a ese hombre la “merluza” no le sienta bien.
En este punto es necesario retroceder a marzo del año pasado, cuando el bueno de Adorni anunció con bombos y platillos que, en la sede gubernamental, el Salón de las Mujeres del Bicentenario pasaba a ser el Salón de los Próceres.
Lo notable fue que, de inmediato, sus ventanas fueron tapiadas con hojas de diario, mientras que las autoridades impedían que los periodistas acreditados circularan por allí. Pero como en un texto de Edgar Allan Poe, no hay nada más visible que lo oculto; de modo que no tardó en saltar a la luz que en ese espacio, precisamente, estaba el cuartel general de los trolls.
Desde allí –bajo la conducción de “Juan Doe” (Pablo Carreira), el jefe de Comunicación Digital del Poder Ejecutivo, y el “Gordo Dan” (Daniel Parisini), un médico convertido en el twittero de cabecera del gobierno–, Caputo maneja su troupe de esbirros cibernéticos, junto con 50 mil cuentas falsas que intoxican las redes sociales. Semejante usina está financiada con fondos de la SIDE.
Pero ahora su existencia ya no es un secreto, ni tampoco sus quehaceres: proferir amenazas, además de ordenar represalias y escraches de toda índole, ya sea a un amplio universo de voces opositoras o a personalidades indisciplinadas de sus propias filas. Tanto es así que los funcionarios caídos en desgracia suelen anoticiarse por esta vía que han sido despedidas. Las Fuerzas del Cielo (LFDC) –tal como, con una simpleza atroz, las bautizó el Gordo Dan en noviembre del año pasado– son, siempre según sus palabras, nada menos que “el brazo armado del presidente Javier Milei”. O sea, la filosa espada de Damocles que él sostiene sobre las cabezas de todos sus súbditos y con la asistencia de Caputo, dado que sólo basta que él castañee los dedos para que sus mastines comiencen a morder.
Lo cierto es que las redes sociales –en espacial, X (antes Twitter), TikTok y Facebook– son para Caputo y los suyos lo que la revista El Caudillo fue para la Triple A: una marcadora de enemigos.
Este semanario –editado entre 1973 y 1975 bajo la dirección de Felipe Romero– era el órgano de la ultraderecha peronista. Su gran especialidad fue, digamos, la primicia anticipatoria. Dos ejemplos: los extensos artículos sobre el diputado peronista Rodolfo Ortega Peña y el intelectual marxista Silvio Frondizi, publicados, respectivamente, en julio y septiembre de 1974. Pues bien, ambos fueron asesinados por la Triple A justo cuando los números de El Caudillo, con sus perfiles impresos, ya estaban en los quioscos. En resumen, aparecer en sus páginas equivalía a una condena a muerte.
Cabe recordar que la Triple A, que operaba bajo la tutela de José López Rega, incluía entre sus recursos humanos a tres vertientes: policías al mando del comisario Alberto Villar, militares como el capitán Héctor Pedro Vergéz y lúmpenes reclutados por el sector más retrógrado de la burocracia sindical. En aquellos años, sus acciones cosecharon alrededor de 1500 víctimas, siendo sus sicarios una suerte de teloneros del terrorismo de Estado que aplicarían las Fuerzas Armadas durante la dictadura.
Ahora regresemos al punitivismo digital de LFDC.
Ya se sabe que su blanco preferencial del presente es el periodismo. Sólo basta con ir a la cuenta en X del Gordo Dan para leer: «Javo, ¿podés meter en cana a algún periodista?» No fue la primera exhortación libertaria en tal sentido ni será la última.
Por lo pronto, los discursos de Milei rebosan de invitaciones al respecto, destinadas tanto a las fuerzas de seguridad como a ciertos “argentinos de bien”.
El caso del reportero gráfico Pablo Grillo, malherido por un cartucho de gas lacrimógeno que, con absoluta intencionalidad, le descerrajó un gendarme en la cara, es una muestra palmaria de ello.
¿Y lo ocurrido con el director de El Destape, Roberto Navarro? Un ataque sincronizado de dos sujetos en el lobby de un hotel céntrico. Y con la siguiente coreografía: el primero, sin mediar palabra alguna, comenzó a insultarlo, justo antes de que el otro le prodigara por atrás un golpe brutal en la nuca. Después, se esfumaron de allí sin, en apariencia, dejar rastros.
¿Eran matones orgánicos o loquitos sueltos envalentonados por la oratoria oficial?
Las autoridades, desde luego, se inclinan por la segunda alternativa. Pero, de ser así, habría que preguntarse si existe realmente la figura del loquito suelto.
De hecho, esta tipología se refiere a energúmenos espontáneos con sed de sangre, tipo Gavrilo Princip (quien en 1914 se cargó al archiduque Francisco Fernando de Austria, comenzando así la Primera Guerra Mundial) o Lee Harvey Oswald (quien en 1963 asesinó a John F. Kennedy) o Fernando Sabag Montiel (el frustrado magnicida de Cristina Fernández de Kirchner). Pero, por lo general, detrás de esta clase de lobos solitarios siempre subyace un poder oculto.
También es posible que Milei y los suyos sueñen con una organización tipo la Liga Patriótica, compuesta por civiles que, en enero de 1919, durante la Semana Trágica, colaboraron con la policía en la matanza de casi 700 obreros anarquistas y comunistas para sofocar una huelga en los talleres Vasena.
¿Acaso ahora otra tragedia histórica está en plena gestación? «
Fuente Tiempo Argentino