“Lo viejo funciona, Juan”. La frase, mítica a esta altura, a cargo del «Tano» Favalli en El Eternauta, está lejos de ser solo ficción. Si mañana la electricidad dejara de funcionar y ocurriera un apagón total, como sucedió en España hace unas semanas o en Argentina y Uruguay en 2019, hay un grupo de personas que podría garantizar la comunicación en medio de la crisis: los radioaficionados. Y no son pocos.
En el mundo existen más de 3 millones y en Argentina, unos 15 mil. Su actividad está reglamentada por el Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom), ante el cual rinden un examen cuya aprobación les otorga derecho a una licencia. Enacom le concede a cada radioaficionado un tramo de frecuencia radial, un fragmento invisible de banda que genera lazos, amistades, rondas de charla, padrinazgos radioeléctricos y una infinidad de posibilidades, incluso ante un escenario de emergencia o catástrofe. Y sobre todo: borra fronteras.

“Los servicios de los radioaficionados están destinados al aprendizaje de la radiocomunicación, intercomunicación y estudios técnicos por parte de aficionados sin fines de lucro, que tienen ganas y curiosidad y se dedican, entonces, a estudiar y a poner en práctica esta comunicación”, detalla a Tiempo Juan Ignacio Recabeitia, presidente de Radio Club Argentino.
Se acercó a la temática cuando incursionó en el montañismo y se dio cuenta que necesitaba estar conectado en lugares donde no había nada: “hay personas que les gusta charlar y comunicarse con la radio en su casa. A determinada hora salen a transmitir y se encuentran con otros amigos que hacen lo mismo. Se arman como charlas de café o de chat pero al aire, a esto se le llaman ‘las ruedas’”. Hay radioaficionados que se interesan más en la parte técnica o que disfrutan el armado de concursos que implican “lograr contactarse con la mayor cantidad posible de otras estaciones en un tiempo acotado”.
Rebote lunar
Según detalla Recabeitia, los radioaficionados están en condiciones de armar estaciones de campaña ante una emergencia: “este año en El Bolsón, un grupo de radioaficionados salió de su casa con sus equipos y montó una estación móvil para dar apoyo a los bomberos, pero hay que prepararse para ese tipo de actividad”. Desde Radio Club Argentina se propicia el montaje en las estaciones ferroviarias.
“Con la excusa de que vamos a transmitir desde ahí se monta una estación de campaña y además es un lugar de encuentro, del asadito. Esto también tiene una faceta social”, comenta.

Están quienes, con un equipo mínimo, hacen expediciones en solitario y transmiten desde picos de montañas o islas desiertas: “hacer ese minimalismo lleva a perfeccionarse en las habilidades operativas, a investigar, y es una preparación por si en algún momento es necesario un apoyo de comunicación a la sociedad”.
Pero no solo puede variar el lugar desde cual se transmite, sino también la técnica: “hay gente que hace actividades del tipo rebote lunar; o sea, que usan la luna como espejo para que rebote la onda de radio. Otros hacen lo mismo con la lluvia de meteoritos, transmiten contra éstos, rebota la señal y va hacia otro lugar”. Hoy existe gran cantidad de satélites disponibles para el uso de los radioaficionados: “funcionan como una estación repetidora, le hablás al satélite y éste retransmite y eso te permite comunicarte con alguien que está en un lugar que de otra manera no podrías hacerlo”.

La nieve verdadera
Juan Carlos Benavente es radioaficionado y docente en la Universidad Nacional de Quilmes. A sus estudiantes les dice que la radio no se agota en AM y FM sino que la radioafición es todo un mundo. Su primera transmisión la hizo en 2013 desde la Antártida ya que pertenece al Comando Antártico: “el concepto de radioaficionado está desactualizado, se piensa que es una actividad individual pero es profundamente social. La radioafición mantiene el espíritu de la experimentación tecnológica que movió a ‘los locos de la azotea’ en 1920 a inaugurar la radiofonía argentina, pero también el goce en la comunicación”.
Benavente dice que no conoce en persona a la mayoría con los cuales conversa en sus transmisiones. Sin embargo, forjó amistades: “fui a Bariloche con mi familia, y los radioaficionados siempre vamos con un handy, nos conectamos a alguna repetidora de VHS y ahí contacté con otros que me escuchaban cuando estaba en la Antártida y varios me invitaron a sus casas”.
Durante su última estadía en el continente blanco, tuvo el gusto de ser el padrino radioeléctrico de una niña de 10 años, Florencia, de Alta Gracia, Córdoba: “es muy emotivo hacer contactos con niños y sus familias. Ser el primero te convierte en padrino radioeléctrico, y desde Antártida le otorgamos un diploma. Estaba muy contenta”.

La serie los volvió a escena
Juan Carlos Benavente dice que, contra todo prejuicio, la radioafición se encuentra actualizada con la última tecnología. Si bien puede funcionar, como en la serie El Eternauta, con una batería, cables y antena, en la actualidad también se utilizan las computadoras y diversos programas: “me puso muy feliz que se haya abordado la práctica de la radio en la serie, me gustó que el protagonista incluso se haya subido al techo para orientar la antena a Brasil para poder comunicarse con otro».
También le recordó a la pandemia: “en ese momento el Ejército instaló un repetidor de VHS en la torre del Parque de la Ciudad que tiene 200 metros de altura». Destaca la importancia que la serie le reconoce a la radioafición: “con la nevada mortal no había electricidad ni telefonía y con el equipo de radio vos podés comunicarte. Es exactamente lo que ocurre durante situaciones de emergencia o catástrofe”.
Fuente Tiempo Argentino