Para la familia de Leandro Acosta fue como un déjà vu. Su mamá fue despedida de la empresa de calzados Dass en 2017, durante el macrismo. Llevaba una década trabajando allí. En enero de este año le tocó a él: apenas regresó de las vacaciones, el 2 de enero, recibió la notificación oficial. Llevaba tres años pegando suelas cuando la planta de Coronel Suárez anunció su cierre definitivo. Cerca de 300 trabajadores quedaron en la calle. Incluyendo familias enteras que dependían de la fábrica.
Hasta el año pasado eran unos 400, pero durante 2024 ya habían empezado los despidos. “Nunca se pensó que podían llegar a cerrar. Fue totalmente repentino”, cuenta Leandro a Tiempo. La versión primero circuló como rumor y no le dio importancia: “Es una ciudad chica, suele pasar”. En cuestión de horas, la versión se volvió cierta en forma de telegramas.
❌ Anuncian el cierre de una fábrica de zapatillas en Coronel Suárez y despiden a 360 empleados. https://t.co/41ye8JeasZ pic.twitter.com/gNVOTTK8Nl
— Tiempo Argentino (@tiempoarg) January 3, 2025
Con 31 años y un nene de cuatro, desde el cierre de la fábrica se volcó a su oficio de carpintero. El único ingreso fijo de la familia es el de su compañera, docente. “Tengo por suerte un oficio y me dediqué de lleno a eso. Y me ayuda el fondo de desempleo. Por mi edad, si salgo a buscar otro trabajo algo puedo conseguir. Probablemente, mal pago. Pero mi preocupación siempre fueron mis compañeros de más de 40 y 50 años. Hoy me los cruzo y no consiguen nada, los mandan de acá para allá. Capaz alguno puede hacer una changa, algún emprendimiento. El resto, nada”, lamenta.
En la localidad bonaerense de Coronel Suárez hay unos 42.200 habitantes. Cuenta Leandro que, en un principio, el impacto del cierre de Dass no se notó tanto. Pero pasaron los meses, las indemnizaciones quedaron atrás y el efecto se fue volviendo palpable.
“Ya van cinco meses y se empieza a notar en los comercios, en el consumo. Se ven negocios cerrados. Recién ahora se empieza a sentir la falta de ingresos”, describe. “La gente busca trabajo constantemente, pero es muy difícil. Salvo alguno que pueda emprender, como gente que hace eventos o cocina. Salvo eso, no hay trabajo –señala- La zona es rural, la gente en el campo no contrata personas grandes, son trabajos pesados. Hubo gente que se fue. Jóvenes que migraron buscando posibilidades. Pero es muy compleja la situación si la familia entera tiene que mudarse”.
La postal es desoladora. Y las perspectivas no son mejores: “La otra empresa grande de la ciudad es Smurfit, una papelera de capitales finlandeses. Tienen cerca de 400 empleados. Tengo amigos ahí y la situación no es buena. Son las mismas políticas que afectan en todos lados”.

Mala leche
La última vez que Rodolfo Rodríguez cobró un sueldo completo fue en febrero. Entrando en la última semana de junio, la empresa de lácteos Verónica todavía le adeuda el 75% de mayo. La planta de Clason/Totoras –en Santa Fe- está paralizada. Sin respuestas de los dueños, los 200 operarios llevan 35 días de reclamos.
“Todavía no se dieron despidos. No descartamos que en algún momento sucedan, porque la situación en la fábrica es desoladora: casi no hay materia prima. Hay deuda con los tamberos y se fueron retirando. No hay insumos. Ayer entraron 45 mil litros de leche, cuando en una jornada normal entraban 700 mil. Esa leche se elabora para no que no se desperdicie. Pero después queda en los centros de distribución, porque tampoco hay transporte”, relata Rodríguez a este medio.
Tiene 45 años y lleva 23 en la planta, donde es uno de los tres delegados. “Esto se pone cada vez peor. Hay trabajadores que hicieron volver a sus hijos de Rosario donde estudiaban una carrera. Hay otros con cuestiones de salud, con hijos con discapacidad o con deudas de alquiler. Los estamos sustentando con vaquitas. El gremio también aporta. Tratamos de arreglarnos, estamos planeando un festival para armar un fondo de huelga para los que están en peor situación. No sé cuánto se puede sostener en el tiempo esto”, admite.
Este año, su hija mayor cumple 15. “Estábamos pensando en fiesta o viaje, pero todo eso quedó de lado. No se puede hacer. Entre 200 familias, hay un montón de casos así. El día a día es terrible”.

En Totoras viven algo más de 11 mil personas. “Acá es la primera vez que se ve una situación así, con trabajadores que reclaman, que demuestran rebeldía. Ver eso para mí es reconfortante como delegado, porque evidentemente hemos hecho un buen trabajo de conciencia de clase. Hoy los trabajadores están más que unidos, ayudándose. Estamos tratando de ser ejemplo para la sociedad, lucharla dignamente”, remarca.
Hijo de un obrero de la carne, tenía 14 años cuando en los ’90 cerró el frigorífico en el que trabajaba su papá. Por entonces, recuerda, no hubo la conciencia y el acompañamiento que ve por estos días. “Esta es una zona conservadora. Hubo trabajadores que eligieron a este gobierno, pero se están arrepintiendo. Dicen que la sociedad reacciona por opresión o por hambre, y creo que este es el momento”.
Golosinas emblemáticas también en crisis
Pese a lo mucho que hace falta endulzar el presente, la situación económica impactó sobre golosinas tan emblemáticas como Mantecol y los caramelos Lipo. En mayo trascendió que la empresa Georgalos estaba en venta y peligraba el futuro de marcas clásicas como Mantecol, Toddy y Palitos de la Selva. La compañía desmintió esa versión, aunque relativamente: hizo saber que estaba en búsqueda de una inyección de U$S 100 millones para expandirse, pero que “analizaría toda oferta”. Esta semana hubo protestas ante las oficinas de Villa Adelina para reclamar la reincorporación de cinco operarios despedidos. Sus compañeros denunciaron que las cesantías fueron “arbitrarias y persecutorias”, por reclamar mejoras laborales y salariales. Otro clásico dulce, los caramelos Lipo, también está en riesgo. El mes pasado se supo sobre el cierre inminente de la planta de Lanús, sin materia prima y con trabajadores de paro por salarios adeudados.
Fuente Tiempo Argentino