El sarcasmo, comúnmente, es un tipo particular de ironía. En el contexto de los actos de habla, la ironía es la figura retórica en la que el significado explícito de las palabras se contrapone al significado implícito —lo que decimos es lo contrario a lo que queremos comunicar–. Es esa forma tan habitual de hacer crítica y generar un golpe de efecto, tan clásica en la Argentina y que hoy parece deambular perdida en estos tiempos de literalidad libertaria.
Pero el sarcasmo no es solo cuestión de palabras; es una integración compleja entre redes neurales. Su interpretación implica habilidades sociales, emocionales y lingüísticas. Una investigación reciente liderada por Mariana Bendersky, neuroanatomista e ilustradora, y Lucía Alba-Ferrara, científica especializada en neurociencias cognitivas, revela que para interpretarlo intervienen varias regiones cerebrales que se activan en simultáneo en milésimas de segundos, para comprender mejor cómo se integra lo lingüístico y lo social en la interpretación de mensajes.
La habilidad de “leer entre líneas” fue el eje de este estudio reciente llevado adelante por el equipo de la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS, Conicet-Hospital El Cruce-Universidad Arturo Jauretche), la Facultad de Medicina de la UBA, y la de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. El trabajo, publicado en la revista Brain Topography, analizó cómo se activa el cerebro de personas hispanohablantes al procesar frases sarcásticas.
Mediante la utilización de técnicas de neuroimagen y un paradigma experimental novedoso, identificaron regiones cerebrales que trabajan en conjunto durante la comprensión del sarcasmo. A partir de combinar texto e imagen, o presentar sólo la imagen o sólo el texto, se propusieron delimitar cómo se activan diferencialmente áreas neuronales al interpretar el mismo enunciado (“¡Qué bien se viaja!”) con dos intencionalidades enunciativas: sarcástica y literal.

Estos hallazgos refuerzan la idea de que el sarcasmo no es solo cuestión de palabras, sino de una integración compleja entre redes neurales, que son el correlato de habilidades sociales, emocionales y lingüísticas, activadas en simultáneo al interpretar el mensaje de manera adecuada.
Comprender las claves de la interpretación del lenguaje indirecto tiene múltiples aplicaciones. Por ejemplo, mejorar la programación de herramientas de inteligencia artificial.
“Con algoritmos multimodales para el procesamiento del lenguaje natural, las máquinas podrían integrar múltiples fuentes de información, como el tono de voz, la expresión facial o el contexto conversacional, y así desarrollar una forma rudimentaria de modelar estados mentales”, comenta Alba-Ferrara.
Micky Vainilla literal
El recurso de la ironía es un modo sofisticado de tomarnos las tragedias cotidianas con humor y creatividad. El mensaje queda sugerido. Surge de la incongruencia entre lo dicho y lo que realmente se comunica. De ahí que se lo considere un acto de habla indirecto. Y si le agregamos un toque de mordacidad, ya estamos en el terreno de lo sarcástico. Ahora, en tiempos libertarios, la realidad supera la capacidad de asombro en el lenguaje y los horizontes comunicacionales se vuelven terreno pantanoso frente a dirigentes que parecen no entender la multiplicidad del lenguaje y la vida.
Por ejemplo, ¿qué sucede cuando un funcionario público aparece en un spot publicitario en el que se muestra, como logro de gestión, un “operativo de limpieza” en referencia a personas en situación de calle? Podría interpretarse con mordacidad si viniera de Micky Vainilla, pero en un contexto de crisis habitacional y vulneración de derechos básicos resulta inaceptable.
El spot fue filmado por el jefe de gobierno porteño como testimonio de “uno de los pedidos que nos hacen los vecinos”: que el espacio público, además de ser seguro, esté limpio y ordenado (sic). ¿Y si el presidente de una república democrática decidiera dar su primer discurso de espaldas al Congreso? Podría parecer una performance artística, si no fuera porque justo después lanza el plan de ajuste más rápido y furioso de la historia, al grito de “no hay alternativa al shock”.
Un año más tarde, con los salarios y jubilaciones pulverizados —hasta un 45% menos de poder de compra—, y un plan represivo en la Plaza, el mismo presidente inaugura las sesiones legislativas diciendo, sin titubear, que durante su mandato hubo un “aumento sostenido de los salarios reales y las jubilaciones”. ¿Recomposición salarial? Lluvia de memes.
En la misma escena, el aparato mediático aplaude la baja de la inflación. Según los índices oficiales que reportan, se come menos, pero crece la venta de electrodomésticos (entre otros bienes durables). Con la heladera vacía, pero de acero inoxidable.
En el medio las marchas de los jubilados de los miércoles se convirtieron en un símbolo. Por el reclamo y por la represión, justificada oficialmente porque en la marcha «no hay solo jubilados». Todo es literal en la Argentina donde La Libertad Avanza y la Tierra es plana. Como Darín poniendo un ejemplo del valor de empanadas para hablar de la angustia actual por los precios, y la discusión público–mediática pasa a ser cuánto cuesta una empanada en lugar de la crisis en la que vivimos.
En este esquema comunicacional, problemático y febril, los referentes de la Internacional Derechista proclaman que Hitler era socialista o «de izquierda» solo porque el nombre del Partido Nazi era Nacionalsocialismo. Un poco como afirmar que este gobierno es «libertario».

Recortes hasta en el habla
Cristian Palacios, investigador del Conicet y del Instituto de Lingüística de la UBA, explica que hay dos clases de ironías. La más común es la ironía por contraverdad, que expresa algo contrario a la opinión «normal» y comunica algo que está de acuerdo con ella. “Cuando alguien pregunta: ‘¿Cómo está la situación del país?’, y otro exclama: ‘¡Magnífica! Cada vez mejor’, estamos ante un ejemplo de ironía clásica. Si esa ironía está hecha con cierta malicia se considera sarcasmo”, explica.
Palacios agrega que hay otra ironía, por exageración, hiperbólica, que también puede ser sarcástica, pero que va en contra del sentido común. Esa ironía es mucho más específica que la anterior: “por ejemplo, cuando se acusa a alguien de corrupción y uno, tomando las palabras del adversario, dice: ‘No, si son recontra corruptos, no paran de robar, se robaron 4 PBI’, ahí es más difícil de reconocer”.
Según el experto, para las nuevas derechas el humor y la provocación parecieran estar más asociadas a lo escatológico y a alusiones sexuales anales. “Casi como una pelea de niños”, grafica. Esto puede parecer una cuestión menor o algo bastante más profundo. “Y creo que es bastante más profundo,” arriesga.

“Las nuevas derechas se mueven en el campo de lo concreto: tener dinero o no tener dinero, bajó la inflación o no bajó la inflación, bajó el desempleo o no bajó el desempleo, el dólar está alto o no está alto –sostiene–. No entienden esto de ‘te lleno la plaza de gente’ o ‘marcho todos los miércoles con los jubilados’”.
“Haber perdido capacidad simbólica es casi un superpoder –señala–, porque no las afectan ciertas conductas simbólicas que sí afectaban a las derechas tradicionales y que, por supuesto, afectan a la izquierda y a los progresismos. No porque no tengan capacidad de escándalo, sino porque han perdido su capacidad de metáfora”.
Su análisis revela algo de la conducta metafórica que el poder político solía emplear que las nuevas derechas parecen no entender o no tener capacidad de procesar. Y entonces parecen inmunes a ella. No solo las derechas, sino también las masas de votantes de las que surgen.
Las áreas del cerebro implicadas
Según la investigación, las áreas del cerebro implicadas incluyen: la corteza prefrontal medial, clave para entender las intenciones del otro, la unión temporoparietal, especializada en representar estados mentales ajenos; la ínsula izquierda y la amígdala, implicadas en evaluar emociones y empatía, y áreas del lenguaje como la corteza temporal superior y la circunvolución frontal inferior, necesarias para interpretar el significado en contexto. También permiten explorar nuevas vías para detectar y tratar condiciones neurológicas. “Las áreas del sarcasmo o del lenguaje figurativo son accesorias. Las utilizamos cotidianamente, pero ante una lesión neurológica podrían reclutarse para compensar funciones dañadas –expresa Bendersky–. En enfermedades como epilepsia o trastorno del espectro autista, esta capacidad de entender el sarcasmo se puede perder”.
De David Viñas a la ausencia de mordacidad
La pérdida de capacidad simbólica denota no sólo un cambio en las condiciones del intercambio discursivo en la esfera pública. También revela transformaciones sociales recientes y profundas que repercuten sobre un actor clave en la construcción de lo simbólico: la figura intelectual.
Gabriela García Cedro es investigadora del Instituto de Literatura Argentina Ricardo Rojas de la UBA y viene indagando en las “construcciones y destrucciones de la figura del intelectual en el siglo XXI, a partir de la tensión existente entre sus posicionamientos e intervenciones mediáticas y su adscripción al ámbito más restringido de la academia”.
“Su rol siempre ha generado dudas, incluso incertidumbres y no pocas sospechas,” apunta, debido a que su papel social está «estrechamente vinculado a la práctica de intervención en el debate público”.
Entre los intelectuales visitados aparece el escritor, dramaturgo, crítico literario y profesor argentino David Viñas. Polemista sin concesiones, su figura es insoslayable en épocas en la que la literalidad superficial domina la escena. García Cedro repasa la perspectiva de Viñas, en particular sus intervenciones en la prensa escrita. “Las operaciones que desplegó durante los últimos años del siglo XX y principios del XXI. Algunos temas son recurrentes: la Iglesia, los militares, la izquierda desarticulada. El fervor democrático del ’83 se fue trocando en cauteloso recelo. Ya en los ’90, Viñas denuncia la fiesta menemista dolarizada, las escandalosas privatizaciones y la frivolidad extendida como fachada política y cultural. Su lectura de ese período le permitió acuñar un neologismo: menemato”.
En sus contratapas apela al juego de variantes léxicas, un estilo que conjuga lo ficcional con lo pedagógico. Su crítica coyuntural lo habilita a construir su propio lector, con quien busca dialogar y al que interpela permanentemente. Un lector que es capaz de decodificar la ironía y el sarcasmo y que agradece que no se lo trate con displicencia.
Poner en tensión el sentido común. La ausencia de mordacidad —entendida como ironía crítica— resulta en la pérdida de herramientas simbólicas para nombrar lo que incomoda. “Alguna vez Horacio González dijo que la posición antiintelectualista es más que un ataque a los intelectuales; es un ataque a la posibilidad de pensar la autonomía crítica y cultural en el país”, enfatiza García Cedro.
Fuente Tiempo Argentino