En la última década, el metano en general y el gas natural licuado (GNL) en particular se instalaron como la gran promesa energética de la “transición”. Pero detrás del relato verde se esconde una profunda huella ambiental. Desde la intensificación del fracking que avanza bajo los lagos de Neuquén y Río Negro hasta los buques factoría en el Golfo San Matías, una infraestructura descomunal pero invisibilizada avanza sobre territorios y mares.
Una promesa con fugas
El primer paso es distinguir entre el metano, el gas y el GNL. El metano (CH₄) es el componente principal de lo que conocemos como gas natural, un gas invisible y potente contaminante climático. El GNL (Gas Natural Licuado) es ese mismo metano, pero transformado en líquido al ser enfriado a -161 °C. Esto reduce su volumen 600 veces y permite su transporte en buques metaneros. Es un proceso consume una enorme cantidad de energía.
Durante los últimos años, gobiernos y empresas vendieron al gas natural como un “combustible puente” hacia un futuro renovable con el argumento de que su quema libera menos dióxido de carbono (CO₂) que el carbón o el petróleo. Esa comparación sólo es válida porque ignora el ciclo completo de emisiones.
Estudios científicos —como los del investigador Robert Howarth de la Universidad de Cornell en Estados Unidos— mostraron que, cuando se miden las fugas de metano que se dan en la extracción, el transporte y la licuefacción, la huella climática del gas no convencional puede ser igual o incluso mayor que la de los otros combustibles fósiles. Es más, como gas de efecto invernadero, el metano es 80 veces más nocivo que el CO2 cuando se lo analiza en un periodo de 20 años.
En Argentina, la expansión de Vaca Muerta impulsó la extracción de gas mediante fracking, multiplicando pozos, plantas de tratamiento y estaciones compresoras. Cada eslabón abre nuevas fuentes de fugas. A eso se suma la infraestructura necesaria para exportar: gasoductos, terminales marítimas y buques de gran escala. Todo este entramado refuerza un modelo fósil intensivo que, lejos de ser de transición, tiende a consolidar un futuro fósil.
Presentar al gas como “puente” resulta entonces engañoso. No se trata de un atajo entre el carbón y las renovables, sino de un modelo a largo plazo basado en la quema de hidrocarburos. Los riesgos y los efectos nocivos que conlleva el fracking para la salud pública y el clima son reales y cada vez mayores y su profundización se encuentra directamente asociada a la expansión de los combustibles fósiles como el metano.
El GNL y los buques: fábricas flotantes.
Hace unos años unas siglas empezaron a meterse en las noticias de energía y de geopolítica. Pero, ¿qué es el GNL? La primera y más concreta respuesta: un proceso tecnológico, llamado licuefacción, que permite almacenar y transportar gas por mar a grandes distancias. Estos atributos nos llevan a una segunda definición, el GNL como recurso que busca convertirse en elemento clave de la geopolítica y el mercado global contemporáneo.
En la última década, el negocio se expandió rápidamente, impulsado por la guerra en Ucrania, la búsqueda europea de proveedores alternativos a Rusia y el posicionamiento de EE.UU. como el principal exportador a nivel global. Pero el mercado es volátil: los precios fluctúan por factores geopolíticos y crisis económicas. Hoy muchos expertos pronostican sobre-oferta de GNL a corto plazo.
En este contexto, Argentina busca sumarse como un país exportador a partir de varios proyectos emplazados en la Patagonia. YPF y un consorcio de compañías argentinas y extranjeras planean instalar buques de licuefacción flotante (FLNG) frente a la costa rionegrina. Estos barcos funcionan como verdaderas plantas industriales en el mar: reciben gas por gasoducto, lo enfrían, licúan y cargan en metaneros que lo llevan a otros continentes.
Los buques FLNG son capital móvil: pueden trasladarse cuando cambian las condiciones del mercado, lo que permite a las empresas minimizar riesgos y maximizar ganancias. Pero también son fuentes concentradas de impactos ambientales: altísimo consumo energético, emisiones fugitivas de metano y un intenso tráfico marítimo en zonas hasta ahora relativamente tranquilas.
La costa rionegrina bajo presión
El Golfo San Matías y la Península de Valdés, en el norte de la Patagonia, son un ecosistema único. Una zona de reproducción y cría vital para especies globalmente significativas como la ballena franca austral, elefantes marinos, lobos marinos y orcas.
Allí se prevé instalar, en un primer proyecto, dos buques FLNG: el Hilli Episeyo y el MK II, que en conjunto podrán procesar cerca del 17 % de la producción total de gas del país. Estarán estacionados a unos 32 kilómetros al sur de Las Grutas y conectados por gasoductos terrestres y submarinos.
Son dos colosales buques factoría con esloras de 300 y 400 metros y una altura de más de 112 metros, equiparable a un edificio de 40 pisos, que se anclarán a unos 4 kilómetros de la costa. De concretarse la instalación del proyecto, miles de familias que veranean en Las Grutas verán día y noche estas colosales infraestructuras industriales y los buques metaneros que regularmente se acercarán a buscar su carga. El paisaje costero, que hasta hoy presentaba una baja intervención humana, se transformará radicalmente.
Las consecuencias ecológicas podrían ser profundas. Un informe del Foro para la Conservación del Mar Patagónico advierte sobre riesgos múltiples:
- Aumento del tráfico marítimo: con buques de gran porte operando continuamente, crece la posibilidad de colisiones con fauna marina, incluidos grupos de ballenas francas australes que usan el golfo como zona de cría y descanso.
- Contaminación acústica: el ruido submarino de motores, hélices y sistemas industriales puede alterar los patrones de comunicación y navegación de cetáceos y otras especies sensibles.
- Derrames y cambios físico-químicos: Además de posibles derrames la operación de los buques libera aguas de enfriamiento más cálidas, modifica la salinidad y eleva la probabilidad de fugas de combustibles o GNL, afectando la biodiversidad local.
Los antecedentes internacionales son preocupantes. En terminales similares de Australia y EE.UU. se registraron incidentes con impactos severos sobre mamíferos marinos y floraciones algales nocivas vinculadas a los vertidos térmicos. Más si tomamos en cuenta que además del ya mencionado, hay otros dos proyectos de FLNG planificados que, de cumplirse los anuncios de YPF, llevarían la capacidad de exportación a unos 24 MTPA. Esto representa entre un 90 y un 100% de la producción actual de gas de Vaca Muerta.
En este escenario, el Golfo San Matías aparece como nuevo frente de expansión fósil, donde la escala industrial choca con la fragilidad ecosistémica de un mar que hasta hace poco estaba relativamente a resguardo.
Audiencias públicas: greenwashing y el “como si” de la política ambiental
Para legitimar estos megaproyectos, las empresas y los gobiernos suelen recurrir a un discurso verde cuidadosamente elaborado. Se habla de “energía de transición”, de “oportunidades para el desarrollo local” y de “cumplimiento de estándares internacionales”. Sin embargo, esto es en realidad una estrategia de maquillaje ambiental para embellecer la imagen pública de actividades sumamente contaminantes y riesgosas.
En Río Negro, las audiencias públicas necesarias para aprobar la instalación de buques FLNG se realizaron con irregularidades notorias. Fueron convocadas en lugares alejados de donde se emplazan los proyectos, con documentación técnica difícil de procesar y desplegando diversos mecanismos de amedrentamiento. Además, los Estudios de Impacto Ambiental (EIA) se limitaron a evaluar cada proyecto de forma aislada, sin considerar los impactos acumulativos de múltiples desarrollos simultáneos —oleoductos, puertos petroleros, buques FLNG— en el mismo ecosistema.
Todo este avance se da gracias a la derogación de la Ley Provincial 3308, que hasta 2022 protegía al Golfo San Matías pero que se revocó ese año para habilitar el avance de proyectos de exportación de hidrocarburos. Además, estos proyectos son de los pocos que efectivamente se han beneficiado del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), que otorga beneficios fiscales, aduaneros y regulatorios excepcionales. Todo esto configura un escenario donde la política ambiental actúa “como si” evaluara rigurosamente, mientras en la práctica facilita la expansión fósil sin controles efectivos.
Un claro ejemplo: Andrea Confini, hasta hace poco Secretaria de Energía y Ambiente de Río Negro, asumió como directora titular de YPF con mandato hasta 2026. Es decir, quien estaba al frente del organismo encargado de promover “la educación ambiental, la preservación ecológica y la adaptación y mitigación al cambio climático” en la provincia, renunció a su cargo y, apenas tres días después, pasó a integrar el directorio de la principal empresa operadora en Vaca Muerta.
Estas prácticas tienen tradición en el Estado Rionegrino: Dina Migani quien fue, por años, secretaria de Medio Ambiente de Río Negro en simultáneo era dueña de una empresa química de servicios petroleros.
Exportar más, perforar más, explotar más
La expansión del GNL no limita sus afectaciones a la costa. Para alimentar los buques licuefactores se requiere una intensificación de la extracción en Vaca Muerta y nuevas infraestructuras complementarias.
Hoy ya se perforan pozos en zonas sensibles como los lagos Mari Menuco y Pellegrini, que abastecen de agua a gran parte de la Norpatagonia. Esta expansión implica riesgos de contaminación y agrava el estrés hídrico en ecosistemas ya afectados por el fracking, que consume millones de litros diarios. Este año la Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas (AIC) alertó que los caudales de los ríos Limay y Neuquén cayeron hasta un 40 % respecto de sus promedios históricos.
Este esquema implica más perforaciones, más ductos y más emisiones. Aunque se promociona como una vía para mejorar la balanza comercial, en la práctica profundiza la dependencia de un modelo extractivo volátil y ambientalmente costoso. La orientación exportadora ofrece beneficios económicos inciertos para la población. Los dólares generados se concentran en manos privadas y se fugan. En 2024, el sector registró un superávit comercial de USD 5.667 millones, pero este fue captado mayormente por empresas transnacionales que utilizan mecanismos financieros para expatriar sus ganancias.
Las promesas de trabajo también son inciertas y muchas veces han resultado exageradas. El 13 de octubre en una entrevista en Radio Rivadavia, Horacio Marín (CEO de YPF) anunció que se avanzó con la decisión final de inversión (FID por sus siglas en inglés) de un segundo proyecto de GNL, además estimaba en 50.000 los puestos de trabajo directos e indirectos derivados de la exportación de GNL en los próximos 4 años.
Es difícil pensar que se va a llegar a esa cifra de empleos permanentes viendo que los puestos de trabajo directos del primero de los tres proyectos asciende solo a 475. A esto se suma la situación laboral del sector que este último año se caracterizó por tener 1.200 despidos y 2.000 trabajadores cesanteados según anuncios del sindicato de trabajadores petroleros.
Resistencias y futuro en disputa
Frente a este avance, surgen resistencias diversas. En Las Grutas, San Antonio Oeste y otras localidades patagónicas se multiplican las asambleas vecinales, los encuentros comunitarios y las “Audiencias del Pueblo”, espacios donde se debaten públicamente los impactos del GNL y se reclama participación real en las decisiones.
“Nos niegan información, nos hostigan y nos cierran el acceso a los procesos formales. Por eso generamos nuestros propios espacios: no nos resignamos a perder derechos”, afirma Suyhay Quilapan, de la Asamblea de la Tierra y el Agua de Las Grutas.
El futuro de los territorios está en disputa. De un lado, se impulsa una infraestructura fósil que promete divisas rápidas —que nunca llegan a la población— a costa de profundizar la crisis climática y degradar ecosistemas frágiles. Del otro, se alzan comunidades que defienden el mar, investigadores que alertan sobre impactos irreversibles y sectores sociales que exigen transiciones justas y democráticas.
El gas como “puente” es un espejismo: oculta un camino largo, costoso y peligroso. Desenmascararlo es parte de imaginar futuros energéticos que no dependan de mares saturados de buques industriales ni de atmósferas cargadas de metano.
Fuente Tiempo Argentino
