Victoria Donda es miembro del Parlamento del Mercosur (Parlasur), exdiputada nacional y nieta recuperada número 78, hija de desaparecidos durante la última dictadura militar en Argentina. También estuvo a cargo del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI).
En un contexto de constantes ataques a los Derechos Humanos por parte del Gobierno Nacional y el reciente nombramiento como titular del Ministerio de Defensa del Teniente General Carlos Presti, Tiempo entrevistó a la militante: “El peronismo -y el campo nacional y popular en general- debe hacer una autocrítica profunda y construir colectivamente una alternativa de país”, recomienda.
– ¿Qué piensa sobre el contexto político actual en términos generales?
-Estamos atravesando un momento de profunda reconfiguración política, tanto a nivel nacional como regional. Las recientes elecciones legislativas no modificaron sustancialmente la correlación de fuerzas en el Congreso. La Libertad Avanza consolidó su tercio de la Cámara de Diputados con alianzas circunstanciales, pero eso no representa un cambio radical respecto a la composición con la que veníamos trabajando. Lo que sí cambió es el «aura» de ganador versus perdedor, y eso tiene consecuencias políticas concretas. Sin embargo, lo más preocupante no es el resultado electoral en sí mismo, sino la profundización de un proyecto neofascista que utiliza sistemáticamente el miedo y el odio como herramientas de movilización política. Este gobierno ha logrado capitalizar el resentimiento social, la crisis económica y el desencanto con la política tradicional para imponer una agenda de entrega y desmantelamiento del Estado. En el plano internacional, Argentina está siendo colocada en una posición de subordinación absoluta respecto a Estados Unidos, en un momento histórico donde el orden mundial está en plena transición. Mientras Washington busca desesperadamente reeditar la Doctrina Monroe para mantener a América Latina bajo su órbita de influencia, este gobierno entrega nuestros recursos estratégicos, alinea nuestras Fuerzas Armadas con el Comando Sur y sacrifica nuestra autonomía geopolítica.
-¿Y cuál es el rol de la oposición en este contexto?
La pregunta central que debemos hacernos como campo nacional y popular es: ¿Qué alternativa estamos construyendo? Porque hasta ahora no hemos sido capaces de generar una propuesta que enamore, que despierte esperanza. Y en un mundo polarizado, las opciones del medio naufragan. Necesitamos urgentemente abrir espacios de debate genuino, recuperar el pensamiento crítico y construir colectivamente un proyecto de país que valga la pena defender.
– ¿Qué piensa sobre el reciente nombramiento del jefe del Ejército, Carlos Presti, como titular del Ministerio de Defensa?
-El nombramiento del Teniente General Carlos Presti marca un punto de inflexión peligroso para la democracia argentina. Desde 1983, construimos nuestra democracia sobre un pilar fundamental: la conducción civil de las Fuerzas Armadas y la separación entre seguridad interior y defensa nacional. Esta decisión rompe ese consenso tácito que sostuvimos durante más de cuatro décadas. Ahora bien, quiero ser muy clara en este punto: el problema central no es que hayan designado a un militar al frente del Ministerio de Defensa. Si las circunstancias políticas lo requirieran y se tratara de un militar con una visión nacionalista, autonomista y comprometido con la defensa de los intereses del pueblo argentino, podría considerarse. El problema es quién es el que seleccionaron y qué representa. Nuestra preocupación debe centrarse en dos cuestiones fundamentales: Primero, la pérdida del control civil y político sobre las Fuerzas Armadas. Sin conducción civil, la visión de la defensa nacional queda subsumida a lo que piensen los altos mandos. La corporación castrense, sin haber sido votada, pasa a imponer su visión por sobre la del pueblo. Esto es incompatible con la democracia. Segundo, y más grave aún, la visión geopolítica que tienen actualmente nuestras Fuerzas Armadas. Son estas mismas Fuerzas las que aprobaron la compra de los F-16, aviones con componentes de la OTAN y eventualmente de los británicos, que además ya estaban con kilometraje vencido. No son aptos para hacer una disuasión eficaz frente a un conflicto. Con otras opciones sobre la mesa, como aviones chinos o rusos, eligieron esta alternativa. ¿Por qué? Porque adhieren a una lógica pro-OTAN que impone restricciones a nuestra autonomía y nos subordina a intereses que no son los nuestros. Es importante recordar que la hipótesis de conflicto más cercana de nuestro país es justamente contra la OTAN, que tiene una base militar en las Islas Malvinas. ¿Cómo podemos pretender defender nuestra soberanía territorial sobre las Malvinas si nuestras propias Fuerzas Armadas están alineadas con la alianza militar que sostiene el colonialismo británico en el Atlántico Sur?
-¿Qué tipo de Fuerzas Armadas necesita la Argentina entonces?
Lo que necesitamos son Fuerzas Armadas dispuestas a defender al pueblo y a la Patria, no Fuerzas que defiendan sólo al poder económico y estén del lado de Estados Unidos. Necesitamos Fuerzas con una visión autonomista y nacionalista, no con una visión neocolonial que nos subordina a potencias extranjeras. Como dijo Néstor Kirchner, queremos el Ejército de San Martín, Belgrano, Mosconi y Savio, no el de Videla, Galtieri, Viola y Bignone. Y esto aplica para todas las Fuerzas Armadas y para su conducción política. Además, el perfil del ministro Presti es problemático para los pilares sobre los que construimos nuestra democracia: Memoria, Verdad y Justicia. No se ha expresado sobre el accionar de las Fuerzas durante la última dictadura militar, siendo que su padre fue parte integrante de un mecanismo sistemático de desaparición y tortura de personas. Controló tres centros de detención clandestinos en La Plata y está imputado por la desaparición y tortura de 44 personas. No lo juzgamos por portación de apellido, pero sí esperamos que alguien en su posición tenga la altura moral y democrática de expresarse claramente sobre la historia de nuestras Fuerzas Armadas. Finalmente, si tanto les interesa «recuperar» a las Fuerzas Armadas, deberían empezar por resolver el desastre que hicieron en la obra social de las Fuerzas, que está totalmente vaciada y tiene casos severos de falta de prestaciones que afectan a miembros del Ejército, Fuerza Aérea, Marina y todos los empleados. Dignificar no es dar un discursito negacionista y neocolonial; es buscar la autonomía y darle a nuestras fuerzas las prestaciones que se merecen.
-¿Qué piensa sobre los dichos del subsecretario de DDHH de la nación Alberto Baños en la reunión en Ginebra, donde se evaluó al Estado argentino en materia de DDHH?
-Los dichos del subsecretario Baños en Ginebra son una vergüenza nacional y representan un retroceso de décadas en materia de derechos humanos. Que un funcionario argentino cuestione frente a organismos internacionales las políticas de Memoria, Verdad y Justicia que construimos como sociedad durante más de cuarenta años es inadmisible. Este gobierno ha emprendido una campaña sistemática de negacionismo histórico que busca relativizar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar. Cuestionar los juicios a los represores, poner en duda las cifras de desaparecidos, o sugerir que hubo una «guerra» en lugar de reconocer que hubo un genocidio planificado desde el Estado, es parte de una estrategia deliberada para erosionar los consensos democráticos básicos. Los organismos internacionales de Derechos Humanos han expresado su profunda preocupación por el rumbo que está tomando Argentina. Y tienen razón. Estamos presenciando no solo un retroceso discursivo, sino políticas concretas: el intento de liberar a represores condenados, el vaciamiento de espacios de memoria, el recorte de presupuesto a organismos de derechos humanos, la persecución a organizaciones sociales. Lo que está en juego no es solo el pasado, sino el presente y el futuro. Cuando se niega el terrorismo de Estado, cuando se relativiza el genocidio, se están sentando las bases para nuevas violaciones a los derechos humanos. El negacionismo no es una mera diferencia de opinión histórica: es una posición política peligrosa que habilita la impunidad.
-Usted dijo que no cree en el negacionismo, ¿por qué?
No creo en el negacionismo porque es una falsificación deliberada de la historia que tiene consecuencias políticas concretas en el presente. El negacionismo no es simplemente una «mirada diferente» sobre los hechos históricos; es una estrategia política que busca rehabilitar a quienes cometieron crímenes atroces y crear las condiciones para que esos crímenes puedan volver a repetirse. Durante la última dictadura militar en Argentina hubo un plan sistemático, organizado desde el Estado, de secuestro, tortura, desaparición y asesinato de personas. Esto está probado en cientos de juicios, con miles de testimonios, documentación oficial y condenas judiciales. Los centros clandestinos de detención no fueron iniciativas aisladas de «excesos» individuales: fueron parte de una política de Estado genocida. Negar o relativizar estos hechos implica: Primero, una injusticia hacia las víctimas y sus familiares. Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S., los sobrevivientes de los centros clandestinos, no merecen que se cuestione su dolor y su lucha. La búsqueda de Verdad y Justicia no es venganza: es un reclamo legítimo de dignidad y memoria.
Segundo, un peligro para la democracia. Cuando se habilita el discurso de que «algo habrán hecho», de que «eran tiempos violentos», de que «hubo una guerra», se está justificando el terrorismo de Estado. Y eso erosiona los límites éticos que una sociedad democrática debe mantener. Tercero, una amenaza para el presente. El negacionismo no mira solo hacia atrás: prepara el terreno para futuras violaciones de derechos humanos. Si normalizamos la idea de que el Estado puede secuestrar, torturar y desaparecer personas bajo ciertas circunstancias, estamos abriendo la puerta a que vuelva a suceder. Además, el negacionismo histórico suele ir de la mano con otras formas de negación: la negación de la desigualdad, de la violencia de género, del racismo estructural, de la crisis climática. Es una forma de pensamiento que rechaza la evidencia empírica cuando contradice sus prejuicios ideológicos. Como sociedad argentina, construimos un consenso valioso: Nunca Más. Ese consenso se basa en la Memoria (recordar lo que pasó), la Verdad (establecer los hechos) y la Justicia (juzgar a los responsables). Estos tres pilares son fundamentales para que la democracia tenga contenido real, no solo formal. No creo en el negacionismo porque creo en la dignidad humana, en la democracia y en la responsabilidad del Estado de garantizar los derechos de todas las personas. Y porque sé que un país que no conoce su historia está condenado a repetirla.
-Según su mirada, ¿en qué debería profundizar el peronismo en el contexto político-social actual?
El peronismo -y el campo nacional y popular en general- debe hacer una autocrítica profunda y construir colectivamente una alternativa de país. No alcanza con denunciar lo que hace este gobierno; necesitamos una propuesta positiva, inspiradora, viable. En primer lugar, debemos recuperar la capacidad de generar esperanza. Este gobierno ganó no porque tuviera las mejores propuestas, sino porque fue capaz de representar un sentimiento: el hartazgo, el miedo, el resentimiento. Nosotros debemos ser capaces de representar la esperanza, la solidaridad, el proyecto colectivo. Nadie nos va a elegir por lo que fuimos, sino por lo que queremos ser. Segundo, necesitamos abrir espacios genuinos de debate y construcción colectiva. Esto implica estar dispuestos a recibir críticas, a revisar errores, a incorporar nuevas voces. Si fomentamos el pensamiento crítico, también debemos estar dispuestos a que nos critiquen. No podemos construir una alternativa sin escuchar a los sectores populares, a los jóvenes, a los trabajadores, a las organizaciones sociales. Luego, debemos construir una propuesta concreta en torno a ejes fundamentales: Igualdad y justicia social: Un plan serio para enfrentar la pobreza y la indigencia. El hambre es un crimen porque es evitable. Necesitamos políticas de vivienda, salud, educación, que incorporen perspectiva de género y étnico-racial. Soberanía económica: Recuperación de la soberanía sobre nuestros recursos naturales estratégicos (petróleo, gas, litio, minería). Reforma tributaria progresiva. Revisión de la deuda externa. Modelo productivo con valor agregado e industrialización.
Integración latinoamericana autónoma: Fortalecimiento del MERCOSUR y UNASUR. Política exterior independiente y multilateral. Rechazo a la subordinación a Estados Unidos o cualquier otra potencia. Defensa nacional soberana: Fuerzas Armadas con doctrina autonomista, subordinadas al poder civil democrático, pero con capacidad real de defender nuestra soberanía territorial. Recuperación de Malvinas por la vía diplomática. Protección del Atlántico Sur y la Antártida. Democracia participativa: Reforma del Poder Judicial para terminar con el «Partido Judicial». Mecanismos de democracia directa. Control social sobre las instituciones. Batalla cultural: Reforma educativa integral que fortalezca la educación pública, jerarquice a los docentes y forme conciencias críticas. Democratización de los medios de comunicación. Debemos ser honestos sobre nuestros límites y errores. El peronismo ha gobernado el país en distintos períodos y no siempre logró los objetivos que se propuso. Algunas políticas fueron exitosas, otras no. Debemos hacer esa evaluación con rigor, sin autocomplacencia, pero también sin flagelación.
Hay aspectos que escapan a lo que pueda definir el peronismo, ¿se puede hablar de un clima de época complejo?
Necesitamos entender el momento histórico que vivimos. Estamos en una transición de orden mundial: el viejo orden unipolar estadounidense está en decadencia, pero el nuevo orden multipolar aún no terminó de consolidarse. En ese «claroscuro gramsciano donde el viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer», surgen tanto oportunidades como monstruos. Debemos estar preparados para aprovechar las oportunidades (vínculos con China, Brasil, India, el Sur Global) sin caer en nuevas subordinaciones. Finalmente, el peronismo debe recuperar su esencia transformadora: justicia social, independencia económica y soberanía política. Pero adaptada al siglo XXI. Eso significa incorporar la agenda de derechos humanos ampliada (género, diversidad, medio ambiente, pueblos originarios), la transición energética, la revolución tecnológica, los desafíos de la inteligencia artificial y la automatización. Como decía Eva Perón: «El amor es lo único que construye», y ese amor es «darse», es «dar la propia vida». Necesitamos reconstruir lazos de solidaridad, de compromiso colectivo, de proyecto común. Solo así podremos enfrentar al proyecto neofascista que hoy nos gobierna y construir la Argentina justa, libre y soberana que merecemos.
Fuente Tiempo Argentino
