En la política, y en particular en la gestión de un Gobierno, el timing es de extrema importancia. La misma decisión puede tener efectos diferentes dependiendo del momento y la manera
en qué se lleva a cabo.
Que el gobierno de Alberto Fernández haya decidido abandonar el Grupo de Lima, creado para apoyar la normalización democrática de una Venezuela que apenas sobrevive bajo el régimen de Nicolás Maduro, casi en simultáneo con un nuevo discurso de Cristina Kirchner en el que deja en claro que la Argentina no acepta las condiciones que plantea el FMI para acordar un programa, no sólo entorpece la relación con la administración del demócrata Joe Biden.Obstruye, además, los escasos recursos que le quedan al ministro de Economía, Martín Guzmán, para acordar un programa sustentable con el FMI.
En su mensaje que tiene como destinatarios a la directora del FMI, Kristalina Georgieva y a Biden, Cristina Kirchner dejó en claro que los plazos y las tasas que pretende el FMI son “inaceptables”, además que “no” se puede pagar. Un salvavidas de plomo para el ministro de Economía. La vicepresidenta parecería tener detalles que se desconocen de la reunión de dos horas que el martes de Guzmán mantuvo con la titular del Fondo.
Mucho antes de partir hacia Washington para reunirse con Georgieva, el panorama había dejado de ser lo que Guzmán había imaginado para 2021 con un fuerte recorte del déficit fiscal a partir de reducción de los subsidios, con subas en las tarifas de servicios públicos y un ahorro en los gastos previsionales.
Los “gestos” del Palacio de Hacienda dirigidos al gobierno de Biden y a la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, se desvanecieron por presión del Instituto Patria que le puso freno a todo y lo supeditó a la estrategia electoral: un acuerdo después de las elecciones de octubre para poder recrear una fantasía de “un país de pie”. La misma estrategia que utilizó Cristina en su Gobierno de la mano del entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, la de postergar todo irresponsablemente.
En aquéllos gestos de Guzmán no solo estaba el interés de Alberto F. de estrechar lazos con Biden, si no porque EE.UU tiene un asiento clave en el staff del FMI que termina inclinando la balanza a favor de quien decida la Casa Blanca. Pero el “sueño” de que Biden sea a Alberto, lo que Donald Trump fue a Mauricio Macri, se evapora.
Dos meses atrás Fernández le enviaba una carta a Biden por su asunción en la que afirmaba que su gobierno se encontraba “listo y esperanzado en poder cimentar” con Estados Unidos “una agenda de trabajo”, “nutrida de valores comunes”. “Su experiencia y sensibilidad serán también muy importantes para nuestra región asediada por múltiples desafíos de inequidad, violencia y endeudamiento insostenible”, agregaba.
Sin embargo la salida del Grupo de Lima denota que hoy los valores que pregonan la Argentina y Estados Unidos no son “comunes” sino muy distintos. El régimen de Maduro en Venezuela ha sido denunciado en reiteradas ocasiones por violación a los derechos humanos por la ex mandataria y dirigente socialista chilena Michelle Bachelet, hoy Alta Comisionada de la ONU.
Hace apenas dos semanas, Biden prorrogó la vigencia del decreto –emitido por Barack Obama en diciembre de 2015- que declara a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad de su país. Paradojas de la política, esa posición de Estados Unidos respecto de Venezuela originó una durísima crítica de la entonces presidenta Cristina Kirchner a Obama en la VII Cumbre de las Americas de Panamá. Allí, calificó la actitud de EE.UU. de “rayano con lo ridículo”, dijo que era “absurdo y una sinrazón” y hasta deslizó la responsabilidad de Obama en supuestos intentos de un “golpe blando” en contra de ella.
Barack Obama y Cristina Kirchner, en la Asamblea General de la ONU en 2014, cuando la relación bilateral ya se había deteriorado. Foto: Spencer Platt/Getty Images/AFP
Por ese motivo, y no otro, fuentes oficiales confirmaron a Clarín que la Cancillería argentina recibió un llamado desde Washington. Un funcionario del Departamento de Estado norteamericano quiso conocer extraoficialmente los motivos de la salida de la Argentina del Grupo de Lima. En lenguaje diplomático, eso significa un contrapunto. Desde el Palacio San Martín le respondieron que “no hay nada nuevo en nuestra posición ante el gobierno de Venezuela”.
“Nunca estuvimos en el Grupo de Lima en las reuniones y tampoco acompañamos una sola declaración. Y opinamos en contra cuando pudimos”, destacaron cerca de Felipe Sola. Sostienen que hay coherencia en esa posición, porque siempre votaron a favor de los informes de Bachelet que condenaban a Venezuela. “Tenemos una sola vara en ese sentido y no la vamos a cambiar”, reivindican.
¿Qué pensará el secretario del Departamento de Estado, Antony Blinken o el propio Biden sobre la decisión de la Argentina? De seguro el embajador en Washington Jorge Argüello ha hecho infinitas gestiones para ensayar una explicación sobre el viraje de la política exterior propuesta hace dos meses por Alberto Fernández al propio Biden. Difícil justificar la alta similitud que tiene esa posición con la que mantenía Cristina Kirchner cuando era presidenta. Habría que empezar a explicarle a la administración demócrata el significado de “cristinización del gobierno argentino”.