En los últimos años estamos asistiendo a un crecimiento continuo de “informes de impacto”, por parte de muchas empresas y entidades financieras. Sin lugar a dudas esto debe ser motivo de alegría, ya que puede ser un indicador de que, finalmente, estamos despertando a la necesidad de un cambio cultural en la forma de hacer negocios, y que nos hemos dado cuenta de que el ser humano y la Tierra no pueden estar separados de lo puramente económico. En algunos, también podría tratarse solamente de un lavado de imagen.
Hace muchos años, algunas universidades y escuelas de negocios comenzaron a hablar, tímida y teóricamente, del triple balance. Además del balance económico, las empresas deberían estar obligadas a presentar un balance social y otro medioambiental. Pero la realidad es que nunca surgió una ley que obligara a ello, simplemente se hablaba de ello y parecía que tenía sentido.
Hoy, después de más de dos décadas de hablar de esa necesidad, la situación social y medioambiental en muchísimos países es alarmante. Y eso solo se puede deber a una explicación: en el fondo, el primer objetivo para la mayoría de empresas sigue siendo la maximización de los beneficios, y el crecimiento rápido. Y ello está vinculado a una cuestión que podría parecer filosófica, pero no lo es: es una cuestión vital. En mis seminarios y workshops a empresarios, a veces les formulo preguntas para meditar y trabajar, que acostumbran a dejarles sorprendidos porque no son frecuentes en el mundo empresarial. Una de ellas es: ¿Cuál es el sentido de tu vida? ¿Qué quieres hacer de tu vida en el tiempo que te ha sido concedido?
La falta de respuestas reales a estas preguntas, provocan un vacío interior en los seres humanos, que luego se intenta llenar de muchas maneras, pero que realmente solo son huidas de la realidad. Crecer, maximizar beneficios o ganar mucho dinero, consumir compulsivamente, inmersión en un mundo de imágenes… Por eso, hoy necesitamos replantear un nuevo modelo económico fundamentado en el ser humano, y al servicio del ser humano. Entender la actividad económica como algo que va a permitir cubrir holgadamente las necesidades de todos, para luego dedicarnos a cultivar una vida plenamente humana. Los griegos, al tiempo libre lo denominaban skolé, de donde surgió escuela, el lugar donde se aprende a buscar la verdad, para poder ser libres.
La bondad, o la responsabilidad, no debería tener que surgir de una ley que obligue, sino de un despertar individual de la conciencia. El gran pensador austríaco Rudolf Steiner lo denominaba individualismo ético. El ser libre no es ético porque una ley le obliga, sino porque descubre que es lo bueno, lo correcto, y por amor a esa idea luego actúa. Esa es la auténtica libertad.
Por eso me declaro partidario de un mercado libre, pero también libre de miedos, de ambiciones, de mentiras y de egoísmos. Y hablo de todo esto en un ámbito de comercio internacional, porque el ejemplo de los nuevos empresarios éticos, que consideran que el dinero no es más importante que las personas ni que el planeta, ese ejemplo de coraje tiene efectos multiplicadores. A la hora de buscar proveedores, ya no solo hay que tener en cuenta el precio, sino el auténtico valor que hay detrás. Muchas veces, detrás de un precio barato hay un precio oculto que alguien pagará, sin querer, por nosotros. Y si no nos damos cuenta de que toda la humanidad y la Tierra, constituimos un único organismo, que lo que le pasa a uno acabará afectando a todos los demás, si seguimos dando la espalda a esta realidad, cada vez tendremos más problemas. Lo que hoy no hagamos por amor, lo acabaremos pagando con dolor.
Cada vez somos más los consumidores que seguimos estos criterios a la hora de comprar, y debemos hacer un esfuerzo para difundir esa conciencia en el mercado. La ética debe cotizar por encima de los precios, y los empresarios que hoy apuesten con coraje por este nuevo modelo, el mercado consciente y responsable acabará reconociéndolo.
Sé que estoy hablando de un cambio de época, de una revolución parecida a la de Copérnico cuando tuvo la osadía de decir que el centro de lo que hoy llamamos sistema solar, era el Sol, cuando siempre se había considerado que era la Tierra. Hizo falta tiempo y coraje para cambiar esta concepción hasta que todo el mundo se diera cuenta de la realidad. Hoy estamos hablando de poner al ser humano en el centro de la economía, y necesitamos mucho más coraje, porque no tenemos tiempo para esperar un siglo a que estas ideas se acepten
El cambio es necesario y es posible, y estoy convencido de que los nuevos empresarios con conciencia serán los artífices de este cambio.
* Joan Melé es presidente de la Fundación Dinero y Conciencia y lidera el proceso de desarrollo regional de la banca ética.
Fuente Ambito