
Imaginemos que estamos en Argentina y queremos venderle remeras al mundo. Los argentinos somos globalmente conocidos por nuestra creatividad y una cierta astucia que es bien destacada en el mundo del marketing y la publicidad a nivel global. Por lo que nuestro principal activo podrían ser los diseños ingeniosos para nuestras remeras. Sin embargo, estamos lejos de los centros globales de consumo, como Estados Unidos y Europa, por lo que los costos logísticos y de transporte encarecerían nuestro producto, lo que se puede traducir en una desventaja. Sumado a eso nuestra mano de obra también es más cara que la de países como China a la hora de producir masivamente un producto industrial, por lo que eso podría también ser una desventaja a la hora de exportar nuestros productos y competir por precio.
La globalización “2.0”, en términos de Thomas Friedman, podría darnos una posible solución: comprar remeras lisas en China, traerlas a Argentina en un buen cargamento, estamparlas y luego exportarlas a los Estados Unidos con valor agregado. Cualquiera que más o menos tenga un mapa en la cabeza podría ver en ese trayecto una cantidad enorme de kilómetros innecesarios sobre nuestro producto.
Sin embargo, la globalización 3.0 puede traer una posible solución a ese dilema. Buscaremos entonces cuál es el lugar en el mundo desde donde los costos logísticos para llegar a nuestro cliente sean más bajos. Supongamos que eso nos da una localización en algún lugar de la costa este de los Estados Unidos. Dentro de ese rango, buscaremos algún otro lugar cercano donde los estampados sean baratos. Podríamos tranquilamente enviar remeras lisas desde China hacia ese lugar y los diseños que queramos estampar para que produzcan las remeras que necesitamos. Luego, serían distribuidas hacia el lugar desde donde las pida nuestro cliente. Ese concepto se conoce como dropshipping.
Según Business Wire esta práctica económica generará un mercado de más de 190 mil millones de dólares para 2031, generando empleo para muchas personas. Pero no es nuestra intención hacer una apología del dropshipping, especialmente si tenemos en cuenta que es un tema altamente controversial para aquellas personas que ponen más foco en el proteccionismo económico. Por el contrario, resulta interesante poner el foco en cómo este tipo de prácticas derivan de un cambio de concepción sobre la globalización y la economía. “Pensar global” significa dejar de asumir la economía, la cultura, la sociedad y la industria desde las categorías nacionales con las que nos criamos.
La revolución de internet, los transportes y las telecomunicaciones nos permiten tener un acercamiento distinto hacia el mundo que nos rodea, especialmente si tenemos en cuenta la gran cantidad de oportunidades que se presentan en él.
Si damos vuelta un iPhone de hace algunos años, veremos que varios tienen una leyenda que dice “Diseñado por Apple en California, ensamblado en China”, pero técnicamente las partes que componen el iPhone pasan por más de 25 países distintos. Y ni hablar si nos metemos también en software, esto implica pensar el mundo de una forma completamente distinta. Muy probablemente casi ningún producto de los que consumimos a diario sea “de un solo país” en todo su proceso productivo.
Esto nos abre un mundo de posibilidades, aunque también despierta ciertos resquemores y miedos a la hora de pensar en cómo está afectando a nuestros trabajos y actividades económicas cotidianas.
Pensar el mundo de otra forma
La mayoría de las personas que están leyendo estas páginas nacieron en un mundo post Guerra fría. Incluso si naciste durante la década de 1980, transitaste tu adolescencia en un mundo que ya había superado la etapa de bipolaridad. Y, sin embargo, esas categorías continúan siendo relevantes a la hora de pensar el mundo.
En los últimos años, a nivel internacional comenzó a hablarse de una nueva bipolaridad, esta vez entre los Estados Unidos y China. Esto se produce aunque la relación entre Washington y Pekín sea muy diferente a la que la Casa Blanca tenía con el Kremlin. Para empezar, nunca hubiéramos podido ver un producto electrónico en la década de 1960 ensamblado en Moscú y diseñado en California. Pero de todas formas continuamos utilizando categorías antiguas de análisis para intentar comprender el presente.
Amitaiv Acharya, un experto en asuntos internacionales de origen indo-canadiense, utiliza la analogía de los cines Multiplex para explicar la dinámica del poder en el sistema global durante la segunda década del siglo XXI. Tal vez, para la generación millennial, este concepto resulte menos familiar, ya que estamos acostumbra- dos a la idea de cines en formato Multiplex. Sin embargo, durante gran parte del siglo XX, los cines se asemejaban más a teatros con una sola pantalla. Esto significa que no existían múltiples salas con diversas pantallas y, por ende, múltiples opciones de películas para los espectadores, sino más bien una única sala, con una única pan- talla y, por supuesto, una única película.
El poder en el siglo XXI, y esto no se limita al ámbito internacional, tiene muchas similitudes con un cine Multiplex, esta metáfora es una manera poderosa de entender cómo se distribuye el poder en el siglo XXI. Si observamos detenidamente, notaremos que cada actor internacional opera en diferentes dimensiones y plataformas de influencia. Pero al mismo tiempo, los individuos de distintas nacionalidades, a menudo empoderados por la tecnología y las redes sociales, pueden ejercer su influencia y poder a nivel global desde sus dispositivos móviles.
Los Estados nacionales, por su parte, mantienen su poder tradicional sobre el territorio y, en muchos casos, siguen siendo actores dominantes en asuntos de seguridad y política internacional. Sin embargo, se enfrentan a desafíos significativos en el mundo virtual y el ciberespacio, donde las fronteras son difusas y las amenazas pueden provenir de actores no estatales y grupos transnacionales.
En este contexto, el pensamiento global se vuelve esencial. A medida que estos actores interactúan y compiten en un mundo cada vez más interconectado, la comprensión de las implicaciones globales de sus acciones se vuelve crítica.
El pensamiento global implica reconocer que nuestras decisiones y acciones tienen repercusiones más allá de nuestras fronteras nacionales. Implica considerar cómo nuestras elecciones individua- les, las políticas estatales y las estrategias empresariales afectan a la comunidad global en su conjunto.
El pensamiento global también nos lleva a abordar los desafíos globales, como el cambio climático, la desigualdad económica y la pandemia, con una perspectiva amplia y cooperativa. En un mundo Multiplex, donde múltiples actores compiten por el poder, la capacidad de colaborar a nivel global se convierte en un elemento crucial para abordar estos desafíos de manera efectiva. La interdependencia global significa que ninguna nación o empresa puede resolver estos problemas por sí sola. El pensamiento global nos re- cuerda que todos compartimos un planeta y un destino común, y que debemos trabajar juntos para forjar soluciones que beneficien a la humanidad en su conjunto.
Fuente Ambito