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El legado de Rodolfo: las crónicas ocultas de Victoria Walsh

25 octubre, 2025
in Informacion General
El legado de Rodolfo: las crónicas ocultas de Victoria Walsh
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Nueve personas forman un círculo en medio de la redacción del diario La Opinión. Es una tarde de 1974 y en el tercer piso de Reconquista 544, en pleno centro porteño, periodistas y diagramadores dejan por un momento las máquinas de escribir de unos de los periódicos más influyentes del país para sumarse a la ronda.

La reunión había sido convocada por la comisión gremial del diario fundado y dirigido por Jacobo Timerman, en reclamo por el pago completo del aguinaldo. Dos redactoras delegadas e integrantes, a su vez, del Bloque Peronista de Prensa (BPP), María Victoria Walsh («Vicki»), y Lilia Ferreyra –pareja de Rodolfo Walsh, el padre de Vicki–, acuerdan con el resto de los compañeros exigir, en ese mismo momento, el pago completo a Timerman en persona, sin ningún intermediario.

El legado de Rodolfo: las crónicas ocultas de Victoria Walsh

Al llegar al noveno piso de la oficina del director, lustrosa, delicadamente amueblada, Victoria es la primera en ingresar. Tiene 24 años, trabaja en La Opinión desde hace dos y esa tarde de 1974, frente a sus ojos achinados, sentado detrás un escritorio, uno de los hombres más importantes (y cada vez más conservador) de la época la mira incrédulo.

–Queremos cobrar el aguinaldo completo– le exige Vicki mientras el resto de sus compañeros entran a la oficina.

Timerman terminará abandonando su propio despacho, desatando una batalla contra los delegados de su periódico y, tras una toma de la redacción de 17 días por parte de sus empleados, echará a cinco periodistas que participaron de esa medida. Entre ellos, Vicki. Según su padre Rodolfo, «cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más».

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Esa fue su última experiencia como trabajadora de prensa formal de un diario y el comienzo de una vida entregada a la militancia política hasta el último día de su vida. 

Ese mismo año, a pocas cuadras de La Opinión, sobre la calle Piedras 735, su padre también dejaría una redacción, tras la clausura del diario Noticias por parte del gobierno de Isabel Perón. Rodolfo y Vicki, a partir de ese periodo, compartirán destinos más bien trágicos, y ya en 1976 se cruzarían una vez por semana en alguna plaza o caminando por la calle un puñado de minutos: «Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último». Sin embargo, años antes, las coincidencias de ambos serían otras.

El primer trabajo de Vicki como periodista fue a sus 20 años cuando en 1970 ingresó al staff de la famosa revista Primera Plana, bajo la dirección de Ramiro de Casabellas. Desde su creación en 1962, con Jacobo Timerman como primera cabeza, la revista tuvo entre sus páginas a las mejores firmas del país. Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, Miguel Briante o Enrique Raab se lucían en la publicación que llegó a vender hasta cien mil ejemplares a la semana.

El legado de Rodolfo: las crónicas ocultas de Victoria Walsh

Las crónicas científicas de Vicki Walsh

Vicki empezó en la sección Ciencia y Técnica, donde escribía historias sobre temas y tendencias del sector. “Era muy rigurosa con sus notas y tenía una pluma magistral para temas pesados de la ciencia en esa época”, recuerda para Tiempo la reconocida periodista Felisa Pinto, compañera de Vicki en Primera Plana. “Con ella y Silvina Rudni, que era de Cultura, éramos las únicas mujeres de la redacción –agrega Felisa–. Nos sentábamos juntas en un mismo escritorio y formamos una especie de tridente. Hablábamos de todo. Romances, chismes. Era un buen ambiente de trabajo”.

La primera crónica firmada por Vicki, localizada por Tiempo (las cuatro crónicas se pueden leer al final de esta nota), se publicó el 9 de julio de 1970 en la revista Periscopio, un semanario que formaba parte de la misma redacción y grupo editorial que Primera Plana. De seis páginas y anunciada en la tapa, fue un viaje intenso de la joven periodista por distintas provincias del norte en búsqueda de yacimientos arqueológicos de civilizaciones pasadas. Su travesía culminó en la ciudad de Rosario con el Primer Congreso Argentino de Arqueología.

En su reportaje, Vicki convive con arqueólogos excéntricos, describe la falta de fondos estatales para los investigadores durante la dictadura de Roberto Levingston y narra con cordial ironía la relación permanente entre la vida y la muerte. “El hombre llega a la Luna –bromeó, en su escritorio del Instituto Antropológico de Tucumán, Boñi Ortiz–, pero nosotros desenterramos muertos”, finalizó Vicki aquella nota.

El legado de Rodolfo: las crónicas ocultas de Victoria Walsh

Ese año, unos meses antes, el 9 de marzo, su padre Rodolfo publicaría como colaborador de la revista Siete Días una crónica científica magistral: “La luz nuestra de cada noche” fue un reportaje de largo aliento sobre cómo funciona la central eléctrica que abastecía de luz a toda la ciudad de Buenos Aires. “Rodolfo se aparecía a veces por la redacción de Primera Plana –retoma Felisa–. Era muy compinche con Vicki. Nunca la vimos a ella como la hija de un periodista y escritor famoso, sino que supo ganarse su lugar siendo muy joven”.

En los papeles personales del escritor desaparecido el 24 de marzo de 1977, se encontraron anotaciones de 1970 sobre la idea de una segunda crónica similar, pero con el abastecimiento del agua en la ciudad como tema principal. Nunca logró publicarla.

La segunda historia firmada por Vicki fue sobre salud mental y salió también en Periscopio en el mes de agosto. Allí entrevistó a tres destacados psicoanalistas que profundizaron sobre un tema poco tratado en esos años: la atención psicológica gratuita por parte del Estado.

Durante la entrevista, Vicki arrinconó a los especialistas con cuestiones sociales, conflictos raciales y la desigualdad económica imperante en la sociedad, logrando incomodar a sus entrevistados.

El legado de Rodolfo: las crónicas ocultas de Victoria Walsh

La tercera crónica hallada por Tiempo no está firmada por ella, pero este medio confirmó que sí fue escrita por Vicki. Publicada en Primera Plana el 6 de junio, la periodista describió en detalle una competencia que ya no existe: la Feria de Ciencias de la ciudad, donde 84 escuelas primarias se disputaban el premio al mejor proyecto científico.

Entre las entrevistadas  aparece la profesora Stella Tejerina, tía de Vicki y hermana de su madre, Elina Tejerina. De hecho, a su madre también la sumaría en otro reportaje sin firma. La crónica “Nada más que una oportunidad” se publicó en Periscopio el 3 de noviembre de 1970 y tiene a Elina Tejerina como protagonista. “Nos daba risa que Vicki metiera a nuestros familiares en sus artículos”, cuenta hoy Patricia Walsh. En aquel tiempo, la madre de ambas fue la primera directora de una escuela para ciegos del país. Quedaba en La Plata y Elina fue una precursora de la enseñanza y la integración para alumnos no videntes en el país.

“Mi mamá inventó la cuestión de la integración de ciegos en las escuelas comunes. No existía antes en el país –precisa Patricia–. Su trabajo era famoso en La Plata y muy adelantado para la época”. En su nota, Vicki toma distancia y se centra en el trabajo de las educadoras públicas en escuelas para ciegos.

Después del 8 de septiembre ya no habría más artículos con la firma de Victoria en Primera Plana ni Periscopio hasta que en mayo de 1971 dejaría el staff de la revista. Pero no se descarta que, otros tantos sin nombre, no correspondan a la cronista científica. “Muy pocos firmábamos las notas en esos tiempos –aclara Felisa Pinto–, pero los apellidos no vienen solos. Vicki se lo había ganado”. «

Una vida dedicada a la militancia

Tras su salida de La Opinión en 1974, Vicki se volcó a la militancia de base, especialmente en Montoneros. Allí colaboraba con otros compañeros en distintas villas y unidades básicas. En septiembre de ese año, en medio del asedio de bandas parapoliciales como la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y la derechización del peronismo ya en manos de Isabel Martínez de Perón y José López Rega, Montoneros pasó a la clandestinidad.

En 1975, se casó con Emiliano Costa, a quien conocía de la militancia gremial. Costa era periodista y delegado de El Cronista Comercial, cuando ella trabajaba en el periódico de Timerman. Ese año tuvieron una hija, Victoria María Costa, que nació meses después de la detención de Emiliano, apresado ilegalmente durante varios años. En la mañana del 29 de septiembre de 1976, un día después de celebrar sus 26 años, Vicki y otros cinco miembros de la cúpula de Política Nacional de Montoneros fueron sorprendidos por un desproporcional operativo militar. La casa ubicada en la calle Corro 105, en el barrio porteño de Villa Luro, fue rodeada por un batallón del Grupo de Artillería de Defensa Área (GADA) 101 de la localidad de Ciudadela. Vicki se encontraba con su hija.

Luego de un prolongado tiroteo, y ante la inminente captura, la periodista y un compañero optaron por dispararse para no caer vivos en manos de las fuerzas represivas. Su padre, Rodolfo, recogió el testimonio de un soldado y relató su muerte en la célebre «Carta a mis amigos», destacando la frase de su hija en el instante previo: «Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir».

 

El legado de Rodolfo: las crónicas ocultas de Victoria Walsh
Condenas pendientes por la Masacre

En 2024, el juez federal Daniel Rafecas elevó a juicio a seis exintegrantes del Grupo de Artillería de Defensa Aérea (GADA) 101 que fueron parte de La Masacre de la calle Corro: Carlos Alberto Orihuela, Ricardo Grisolía, Gustavo Antonio Montell, Guillermo César Viola, Héctor Eduardo Godoy y Danilo Antonio González Ramos. Viola presidió durante un tiempo la Unión de Promociones, que agrupa a militares que se oponen al avance de las causas de lesa humanidad.

El juicio está en manos del Tribunal Oral Federal 7 de Comodoro Py, integrado por Canero, Méndez Signori y Germán Castell.

Inicialmente Rafecas había procesado a diez militares del GADA. Pero la Cámara Federal dejó fuera del proceso a Hugo Eduardo Pochón (sobreseído) mientras que Domingo Giordano, Gustavo Gilberto Tadeo Juárez Matorras y Abel Enrique Re recibieron faltas de mérito.

 

Las cartas de Rodolfo Walsh

Cuando se enteró de la muerte de su hija, Rodolfo Walsh le escribió una conmovedora carta a Vicki. Tres meses después, envió a sus amigos otra carta, donde detallaba las circunstancias de la muerte de María Victoria.

 

Carta a mis amigos

29 de diciembre de 1976

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria, después de un combate con las fuerzas del Ejército. Sé que la mayoría de aquellos que la conocieron la lloraron. Otros, que han sido mis amigos o me han conocido de lejos, hubieran querido hacerme llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles pero también para explicarles cómo murió Vicki y por qué murió.

 

El comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicki era Oficial 2º de la Organización Montoneros, responsable de la Prensa Sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron con ella.

La forma en que ingresó en Montoneros no la conozco en detalle. A la edad de 22 años, edad de su probable ingreso, se distinguía por decisiones firmes y claras. Por esa época empezó a trabajar en el Diario «La Opinión» y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.

Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fué detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de mi hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda gratificación individual, a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, sólo su sonrisa se volvía un poco más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el frente sindical que era su responsabilidad.

Nos veíamos una vez por semana; cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la calle, quizás diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último, y nos despedimos simulando valor, consolándonos de la anticipada pérdida.

Mi hija estaba dispuesta a no entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era hablar, sino caer. Llevaba siempre encima la pastilla de cianuro -la misma con la que se mató nuestro amigo Paco Urondo-, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie.

El 28 de septiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en sus brazos a su hija porque en último momento no encontró con quién dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones largos que siempre le quedaban grandes.

A las siete del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto: «El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba, nos llamó la atención porque cada vez que tiraban una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía.»

He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella, aunque conociera su manejo, por las clases de instrucción. Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.

A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego.

«De pronto -dice el soldado- hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir. -Ustedes no nos matan -dijo-, nosotros elegimos morir. Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros.»

Abajo ya no había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró una granada. Después entraron los oficiales. Encontraron una nena de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres.

En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella.

Esto es lo que quería decirle a mis amigos y lo que desearían que ellos transmitieran a otros por los medios que su bondad les dicte.

Carta a Vicki

Al enterarse de la muerte de su hija, el escritor y periodista redactó un breve texto, dirigido a ella, que se reproduce a continuación. 

Querida Vicki.

La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos en reunión cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico. No terminé ese gesto. El mundo estuvo parado ese segundo. Después les dije a Mariana y a Pablo: «era mi hija». Suspendí la reunión. 

Estoy aturdido. Muchas veces lo temía. Pensaba que era excesiva suerte, no ser golpeado, cuando tantos otros son golpeados. Sí, tuve miedo por vos, como vos tuviste miedo por mí, aunque no lo decíamos. Ahora el miedo es aflicción. Se muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas. Me quisiste, te quise. El día que te mataron cumpliste 26 años. Los últimos fueron muy duros para vos. Me gustaría verte sonreír una vez más. 

No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía.

Hablé con tu mamá. Está orgullosa en su dolor, segura de haber entendido tu corta, dura, maravillosa vida. 

Anoche tuve una pesadilla torrencial, en la que había una columna de fuego, poderosa pero contenida en sus límites, que brotaba de alguna profundidad.

Hoy en el tren un hombre decía: «Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año». Hablaba por él, pero también por mí.

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Fuente Tiempo Argentino

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