Señales de humo: la oposición pone condiciones
Sergio Massa no es el dueño del casino, pero tiene en estas horas el sabot. Pagó en la tarde del domingo
la primera prenda para que Alberto Fernández se reúna, remoto, no real, con los jefes legislativos de la oposición. Prometió tomarle juramento este martes a Miguel Pichetto como auditor de la Nación. Representará a Juntos por el Cambio, rama Macri. Si cumple, el ex senador debutará el miércoles en la sesión del colegio de auditores que tiene citada Jesús Rodríguez. Se discutirá una agenda caliente: si se revisan este año los gastos del actual gobierno, en particular los que hace Desarrollo Social para atender a los pobres, y los del Ejecutivo, amparado en superpoderes por DNU. Ese pago a cuenta de Massa, acompañó la invitación para que en la tarde del lunes los diputados tengan un zoom con el Presidente, y el jueves con los senadores.
El convite llega con un punteo difícil de rechazar:
• Cuarentena y reconstrucción poscuarentena.
• Ampliación presupuestaria para sostener ingresos.
• Moratoria.
• Equiparar deuda bajo legislación local a la ley de Nueva York.
La oposición de Juntos por el Cambio terminó el día con un debate sobre las condiciones para concurrir: por ejemplo, tener tratamiento VIP y no ir junto a otros bloques minoritarios. También dar pruebas del cese de hostilidades de Olivos hacia ellos. Aceptan que el diálogo con el oficialismo se concentre en los representantes del Congreso y en los que tienen funciones ejecutivas. Es decir, los gobernadores. Admiten que el Gobierno no quiere saber nada con jefes partidarios como Alfredo Cornejo o Patricia Bullrich, ni referentes indiscutidos como Mauricio Macri. Para ellos corre el derecho de admisión como en los boliches, que discriminan por aspecto, por lo que creen que son, y no por lo que hacen. Carne de INADI.
Esto se desmenuzó en un zoom del viernes a la tarde, que no fue pacífico. Por eso se juramentaron a mantenerlo en secreto, y no darle letra al Gobierno para esmerilarlos más. Macri participó de ese concilio -el tercero desde que dejó la gestión- de jefes de partido, autoridades en el Congreso y referentes como Pichetto o María Eugenia Vidal. No hubo mucho tiempo, porque eran más de diez convocados y duró una hora y media. La mayoría de los presentes admitieron que con la gravedad de la agenda -peste y economía- no hay espacio para negarse a asistir a una reunión con el Gobierno, que iba a ser el jueves pero que se va a demorar unas horas después de este lunes.
Un sector, identificado con la Coalición, es más reacio a concurrir por falta de condiciones políticas, pero dominó la idea de que el público puede castigarlos si son insolidarios con una agenda progresiva. Hay que defender a nuestra gente, insiste Macri, pero si llaman… Horacio Rodríguez Larreta pide acuerdismo para convivir con Alberto y Axel Kicillof; los legisladores –Mario Negri, Luis Naidenoff, Humberto Schiavoni– apoyan la moratoria fiscal, con rectificaciones al perdón a empresarios procesados por desviar impuestos; el PRO está más cercano a sentarse porque confía más, por afecto generacional, en Massa, llamador a la cita, la que es revisada también en Olivos. Naidenoff, que atiende en el Senado, trasmitió la indiferencia ante ese compromiso de José Mayans, jefe del bloque del Frente de Todos. Un tema para el arbitraje de fuerzas, porque el formoseño expresa a Cristina mejor que ninguno de los otros integrantes del tridente oficial.
Lanzan otra guerra florida con apoyo piquetero
Esas condiciones pueden terminar siendo material de un documento en estas horas, de estado tan gaseoso como las señales de humo que se mandan oficialismo y oposición. Vienen de sufrir una andanada de descalificaciones, desde el trato de “canallas” por el documento sobre Fabián Gutiérrez hasta el tuiteo del vocero de Alberto, que habla por él como todo vocero. Aportan al documento los escribas del PRO, que preparan letra para una cumbre este lunes para lanzar un plan estratégico. También, un equipo que desmenuza los proyectos económicos que quiere el gobierno, y que integran los diputados Luciano Laspina, Luis Pastori, Jimena Latorre, Laura Oliveto, Javier Campos. Pichetto también tiene dialogo con otro arco, como el que le reunió para un privadísimo zoom Orlando Ferreres, del cual participaron estrellas como Domingo Cavallo, Horacio Liendo, Santiago Montoya y alguno más. Saben que, sin la oposición, el Gobierno no puede abrir sesiones en Diputados, y que Cristina tiene un plomo en el ala si no quiebra el bloqueo a los 2/3 de los votos en el Senado.
Para esta semana está prometido el envío de la ley de impuesto a los riquísimos, por el cual el Gobierno pone toda la carne en la marmita. No porque vaya a recaudar mucho –va a ser poco, tarde y seguramente se empastará por reproches constitucionales– sino porque es una pieza de artillería para la pelea dialéctica hacia adentro y hacia afuera. Para avanzar, el texto que circula pone como destino de los fondos el financiamiento de la ley de expropiación de villas, para entregarles los lotes a sus ocupantes. Esta es una obra maestra del acuerdismo criollo, que cerró a finales de 2018 el gobierno de Macri con las organizaciones del tridente cayetano que inspira el papa Francisco. Le aseguró el voto casi unánime del Congreso, aunque con resistencias del peronismo, que debió superar Juan Grabois en diálogos con Cristina. Esa ley revolucionaria fue parte de un entendimiento que cifró la paz en las calles de Buenos Aires en beneficio de todos.
El Gobierno entiende que incluir al proyecto vaticano en la ley le asegura una mejor suerte en el Congreso. Después de todo, se va a tratar el financiamiento de una ley que votaron todos y que fue presentada por Negri, Elisa Carrió y Nicolás Massot. Si esto no es política de estado, ¿qué es? Pero como ocurre con la mayoría de las iniciativas en un país de gobiernos débiles, importa más la música que la letra. No es nuevo en el cristinismo esto de promover proyectos que vienen de sus adversarios, como fueron las estatizaciones de jubilaciones, petróleo y aviones –todas banderas del radicalismo en los años ’90 contra el peronismo privatizador– o la ley de medios, imaginada por Gustavo López para Fernando de la Rúa, para quien administraba el Comfer cuando era radical. Se trata de hacer músculo y doblegar al adversario, una manera de proteger el interés de parte, en sacrificio del interés público.
Ojo: el que negocia es un traidor
El vértigo de sus evoluciones -en el sentido como lo hacen los personajes de Pokémon, juego en el cual los personajes reaparecen en sucesivas reencarnaciones y fisonomías- les hace olvidar a los socios de Cristina una de las leyes del cristinismo (que en realidad anotó en piedra Néstor): en este espacio el que negocia es un traidor. Los arreglos los hace la cúpula, a solas y sin explicarle a nadie. ¿Qué hablaste?, los retaba Néstor a sus ministros comedidos. Yo ya hablé antes, correte. Acaparar la administración de la intransigencia es una de las herramientas centrales del político débil. Debe saberlo también Alberto, pero resbaló al tratarlo de “amigo” a Larreta en el acto del 9 de Julio. Alicia Castro, que camina los pasillos que corresponden, lo cruzó: “Amigo, lo llamó a Usted, porque es el nombre que reciben los hermanos de armas, de empresa y de opinión“ escribía Bolívar a San Martin. @horaciorlarreta, aliado de Macri, que vende terrenos públicos en beneficio propio, que tiene miles de ciudadanos en el abandono #NoEsNuestroAmigo”, tuiteó la nonata embajadora en Rusia –tiene plácet, no acuerdo aún–.
Hay algo peor que enterarte de críticas por los diarios, y es que te tuiteen por la espalda. El manejo personal de los pactos es una de las pinzas del método cristinista. La otra es darles poder a los arrepentidos, a los que se fueron en busca de otra vida y debieron volver con el rabo entre las piernas, el pelotón de los quebrados. Alberto, Massa, Mayans, Parrilli son la mejor materia para mostrar terror a la disidencia entre los propios. Quienes conocen ese método se han cuidado de irse, como Scioli, o si se han ido es sin retorno, como Pichetto. Difícil que haya dos mejores conocedores de esas mañas pingüinas. Eso explica que hayan llegado, uno adentro, otro por afuera, más lejos que los demás en su trayectoria política.
Trump descubrió la vacuna contra el lawfare: el indulto
Las debilidades de Alberto lo fuerzan al silencio de los maridos infieles, que nunca pueden decir la verdad. En política esto significa pagar costos, que, en este oficio, son a veces una inversión para satisfacer a la clientela propia. En el juego de los audaces hay ejemplos estridentes. Donald Trump, a quien es difícil imaginar como modelo a seguir, afirma su poder mostrando quién es, y encontró la vacuna contra el “lawfare”: el indulto. Su narrativa se nutre de gestos que halagan a sus votantes, como el perdón que firmó el viernes para su asesor y mentor Roger Stone, que debía entrar esta semana a la cárcel, condenado por mentir en la investigación de la trama rusa. Hay trazos paralelos con los gestos de Alberto.
Según Trump, y lo escribió en un comunicado, Stone ha sido “víctima del engaño de Rusia, que la izquierda y sus aliados en los medios de comunicación perpetuaron durante años, en un intento de socavar la presidencia de Trump”. Esto, si no es lawfare, ¿qué es?, preguntaría Cristina. La explicación de Trump agrega: “Los fiscales también se esforzaron por hacer público y vergonzoso su arresto.” (Statement from the Press Secretary Regarding Executive Grant of Clemency for Roger Stone, Jr.). Como a mí, diría Aimée (Boudou). Trump sabe que paga un costo, pero invierte en blindar el apoyo de los suyos, a cuatro meses de las elecciones en las que busca repetir mandato. No pierde un instante en escuchar a sus contradictores de la oposición. Sabe que nada de lo que haga los va a conformar. Como sabe Alberto que nada de lo que él haga va a contentar a los votantes del 40,28%.
Trump se anima a decir la verdad a su público y no juega doble. Alberto se ha cansado de decir que Cristina ha sido víctima, como otros ex funcionarios, de una persecución política. No lo ha podido probar, pero habla de “lawfare” cuando se lo preguntan. Debe usar la misma marca de lapiceras que Trump. No la usa como él por alguna razón: teme quizás el rechazo de la oposición, algo que no debería preocuparle porque no es su clientela ni nunca lo será. Imaginar otra razón es ahondar en lo inconfesable, como que prefiere tener la fragilidad judicial de Cristina en función piloto, y darle gas cuando le pueda convenir para sacarla de juego. Inconfesable. Claro que no necesita un salto de credibilidad, como Trump, para apostar al premio que le daría el peronismo si dictase un indulto que cerrase causas. Sus adversarios lo criticarían por una medida así, pero son una minoría frente a quienes lo festejarían. Acá debe Alberto otra explicación, otra más. El riesgo es que las demandas de verdad y coherencia acumulen tantas preguntas sobre sus razones que aturdan, como le gustaba decir de Cristina cuando era chico. De paso, él no es Trump. Se nota.
¿Costos? Gerald Ford indultó a Richard Nixon en 1974, luego de la renuncia. Ese gesto le permitió gobernar sin la sombra de un proceso a su predecesor. Venía ya medio pintado. Había llegado a la vicepresidencia sin ser elegido por el voto popular sino como diputado. Nixon no tenía vice por la renuncia de Spiro Agnew y Ford llegó al cargo como el personaje Francis “Frank” Underwood de House of Cards. No pudo reelegir en 1976 frente a Jimmy Carter, pero terminó con la guerra de Vietnam. Menem indultó a los militares y aunque tuvo críticas, pudo gobernar nueve años más, incluyendo una reelección. Son prueba de que hay costos a pagar que son una inversión. En esos casos, quitarse de encima una sombra que encandila.
Primera ley vigente: conozca a su cliente
En política vale la consigna antilavado de los bancos: KYC («know your customer», conozca a su cliente). Este es un oficio de audaces, en el cual la equivocación es la norma. Esa ley del error se expande con la jibarización del humano como “Zoon Politikón” (Aristóteles) en el “Zoom” que idiotiza (idiota, del griego idiotés, “privado”, que se ocupa sólo de sus cosas personales). En un ejercicio de semiología, el senador formoseño José Mayans, que es técnico electromecánico (graduado en la EPET 1 de Formosa) aclara que la participación en las sesiones de su cámara es remota, “virtual no –dijo en la comisión de Relaciones Exteriores del miércoles- porque quiere decir fuera de la realidad”.
¿Por qué un presidente de mayorías no toma actitudes audaces, que le criticaría una minoría que nunca lo va a votar? En 2008 explicó las razones de su pelea con Cristina de Kirchner. Aún debe los motivos de su reconciliación. A menos que entienda que el público premia la viveza por encima de la coherencia. Esa carencia lo debilita para emprender acciones que les darían más fuerza a sus decisiones. Harry Truman decía que el poder era la capacidad de lograr que la gente haga lo que no quiere hacer, por ejemplo, pagar impuestos. Alberto tiene que liderar a la sociedad en tiempos de una peste cósmica, remontar la resistencia del mercado a creer en un programa sustentable y mostrarles a propios y extraños que tiene la lapicera del poder, y que no depende de sus socios en el elenco trifásico que integra con Cristina y Massa. En esa lid rinde examen en primer lugar ante el peronismo, cuyos gobernadores integran el directorio que le permitió llegar a donde está, con la condición de que ni ella ni Massa tuvieran todo el poder. Ese conjunto es el que logró en diciembre pasado el 48,24% de los votos. Inapelable, por eso no tiene sentido que pierda un instante en pelearse con el otro 40,28% que respaldó a Macri. No lo va a mover de su lugar. Si se descuida, lo único que va a lograr es reforzarlos.
Tampoco tiene que desperdiciar fuerza en eso, mientras mantenga el apoyo de las urnas. Y seguirá teniéndolo, salvo que el peronismo, una fuerza que se define como todo lo que se divide por dos, recree el cisma que lo acompaña desde la declinación de fundador. Esa división es entre el peronismo de Buenos Aires y el del interior. Menem/Cafiero, Duhalde/Menem, Kirchner/Duhalde, etc. Lo demás es decorativo de cada momento. Para que eso no le ocurra, Alberto tiene que superar la debilidad de la balcanización del poder en el oficialismo. No es una pelea ideológica, como creen los ingenuos. Es una puja por el poder mismo entre tres –Alberto, Massa, Cristina– a quienes no se les conoce el programa, aunque sí sus ambiciones y sus métodos. Y que encima son vicarios del poder de un conjunto mayor, el peronismo que arbitran los gobernadores, que sí tienen programa. Lo negociaron con Kirchner, con Macri y esperan ahora a Alberto. Un peronismo de centro, capitalista de mercado, con economía sostenible y oxígeno para mantenerse en el poder. Ninguno juega a otra cosa, ni mira al grupo de Puebla, a Caracas, Venezuela, estereotipos creados para un mercado como el de la Capital, que no vota al peronismo.
Ilusiones: creer que el público cambia el voto
Los insultos a Macri que salen del Gobierno no están dirigidos al público opositor de Cambiemos, sino a los propios, con la intención de blindar las razones de su adhesión. Si el público cambiara, un dirigente del peronismo podría imaginar que sus votantes crecerían en razón, por ejemplo, de los números de las elecciones de diciembre pasado. Podría soñar con una adhesión cercana al 100%. Una ilusión que sólo puede sostener un asesor de estrategia pampa, que le quiera sacar una moneda a su cliente. Contrario sensu, el político que apuesta al mismo número en todas las jugadas suele mantener la fidelidad de sus seguidores. El que se timbea en cada bolilla que gira, suele perderla. Es punto, no banca. Y en política hay que tratar de ser banca, nunca punto. Esto hace más ociosos los mensajes contra embanderados y caceroleros, que agotan la poca pólvora que suele tener un gobierno débil para confrontar con un público que no lo ha votado ni tampoco lo votará. Y menos si lo castigan con denuncias de subversión callejera. Sólo se explica en la voluntad de mostrarles a los propios que la lucha continúa.
Una de las fantasías más recurrentes de la política es creer que el público cambia de ideas o de posiciones. En una sociedad con un sistema estable, como el de la Argentina, los votantes sostienen la misma agenda en la longue durée. En todo caso, regulan el dial según la respuesta de la dirigencia en cada turno. En las democracias de voto voluntario, en cambio, los resultados los determinan la conducta colectiva de bolsones de votos que manifiestan participando o no participando. Nuestra democracia está sostenida por uno de los pocos sistemas que funcionan bien, que es el electoral -106 años de Ley Sáenz Peña- y donde se alternan, a veces con caracterizaciones diferentes las dos grandes familias políticas de la Argentina (peronismo y radicalismo). Los votantes pueden sentirse defraudados, pero la agenda es la misma. Esto significa que los mensajes que pretenden persuadir, convencer o cambiarle la cabeza a la gente están condenados al fracaso. Cuando un dirigente se queja de los actos de su adversario, busca descalificarlo ante la propia tropa, pero sus dardos son inocuos para los seguidores del contrincante.
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