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El patinazo de Cristina, la enseñanza de Churchill y el futuro dudoso de Macri

2 agosto, 2020
in Politica
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Nuevo intento de portazo opositor en Diputados

La oposición de Juntos por el Cambio comenzó a revisar su adhesión a los protocolos de sesiones remotas en la Cámara de

Diputados que vencen el 7 de agosto. La experiencia de la semana, con el botonazo de Cristina a Esteban Bullrich para quitarle el uso de la palabra en el Senado, y el agrio discurso de cierre de Máximo Kirchner en la sesión de Diputados del viernes, parece convencerlos de que el oficialismo quiere guerra y no política con ellos. Las actitudes de los dos familiares que gravitan sobre el control de las cámaras les llegaron como un rechazo a cualquier convivencia posible. Para algunos son rasgos de estilo, que en política nunca explican mucho, y en todo caso son perdonables en una dama experimentada y en un joven que arranca, de la mano, su carrera política prebendado como el hijo del dueño del boliche. Sin embargo, esas actitudes responden a sólidos motivos que obligan al peronismo a endurecer el gesto para sacar, cada tribu, ventaja por sobre las demás que integran la propia coalición.

En el Senado, el gesto de Cristina ocurrió en una sesión en la que el oficialismo, que tiene una mayoría apabullante de bancas, ganó por una diferencia de 40 a 30, mucho menor a lo esperable. El motivo fue que aplastó el debate entre los senadores de las dos veredas y rechazó sin discusión el proyecto opositor que promovía Bullrich. Le costó a Cristina un resultado propio de una cámara en paridad de fuerzas. Un patinazo de su conducción. En Diputados, la oposición acordó un proyecto de prórroga de quiebras, y aportó para que la sesión arrancase con el número suficiente. Pero cuando se trató la moratoria, Juntos por el Cambio y otras fracciones como la izquierda, rechazaron el artículo 11° en la votación en particular con 121 votos, sobre los 130 del oficialismo. Ese artículo fue señalado como una ayuda del Gobierno a empresas en quiebra o con directivos procesados, como es el caso del grupo Indalo de Cristóbal López. Esos 121 votos pudieron ser más porque JxC tuvo dos ausentes. Hasta 124, si el lavagnista “Topo” Rodríguez no se hubiera abstenido. EL peronismo, con 130, apenas estuvo un voto por encima de los 129 del quórum. Se justifica la bronca de Máximo, que dinamitó con un speech anti-Macri la leyenda de mansedumbre que habían intentado instalar los medios amigos (de él) de que es una versión descafeinada de sus padres.

La “predisposición autoritaria” saca los debates del Congreso

La reticencia para seguir con sesiones remotas pone en aprietos a la oposición, que teme que la acusen de esconderse. Pero también al oficialismo, cuya misión es llamar a participar en el sistema. En el Senado, retiró del debate ya dos proyectos, que se aprobaron sujetos a vetos anunciados del Poder Ejecutivo. Un disparate institucional porque el Congreso es la sede de los debates, que vienen ya recortados por el sistema de las sesiones remotas. Si Bullrich estaba en el recinto, Cristina no hubiera tenido el recurso de sacarlo del uso de la palabra. Son cosas imposibles en las presenciales, más allá de que ella, que no es senadora, no es quién para opinar del tema del cual está hablando un legislador. Por más que Bullrich sea un recuerdo personal ácido para ella, porque le ganó las elecciones por la senaduría en 2017. Para Cristina viene a ser lo que fue Francisco de Narváez para su marido. La elección de 2017 la ganaron Macri, Vidal y también Bullrich, montado a una ola anti PJ como la que cabalgó De Narváez para ganarles en 2009 a Néstor, Scioli y Massa juntos.

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El bloqueo del debate define una política que expresa más que gestos de temperamento, y desmiente otra leyenda, la que presume que los componentes de la tríada de gobierno –Alberto, Cristina, Massa– pelean entre sí. Por el contrario, tiran juntos y, en todo caso, disputan fuerzas para controlar a los otros, como en cualquier matrimonio de conveniencia. Esa política es un ejemplo de lo que algunos llaman “la predisposición autoritaria”, que suele encarnarse en personas o grupos que no pueden tolerar la complejidad. Actúan con un instinto anti pluralista que está por encima de las ideologías. “Cortalo, porque no entiende”, fue la orden de Cristina sobre Bullrich. Manifiestan alergia a los debates intensos, y sospechan de quienes piensan distinto. “Es un estado de ánimo, no un conjunto de ideas”, dice Anne Applebaum en su libro “Crepúsculo de la democracia: el atractivo seductor del autoritarismo” (New York: Doubleday, 2020).

Democracia de personas, no de partidos

Para esa predisposición autoritaria el Congreso pierde valor, tal como se lo niegan a los partidos políticos. Pese a que cobran por el PJ, ni Alberto, Cristina ni Massa deben recordar a qué partido están aquerenciados, porque han usado tantas marcas que ya ni saben. Ese ánimo lo prueba que convocasen a Federico Pinedo a integrar la comisión Consultiva para la reforma judicial a título personal, y no como dirigente del PRO. “¿No convocan a ningún radical?”, se preguntó el ex senador cuando Horacio Rodríguez Larreta le acercó la oferta de Alberto. La política son personas. Pero, si son personas, ¿por qué no lo convocan a Macri? No, es para las personas que nosotros queremos, está expresando Olivos. Democracia de cuentapropistas, en la que creen todos son de la misma condición. Este escalamiento autoritario es lo que discutieron en la oposición durante el fin de semana, y quedó reflejado en el documento de rechazo “in limine” del proyecto.

La materia pensante en este punto la puso el radicalismo a través de la Fundación Alem que coordina Jesús Rodríguez. Concentró los argumentos de inoportunidad política, alto costo, contradicciones internas del proyecto, apartamiento de la reforma en marcha hacia el sistema acusatorio, manejo de las subrogancias. De paso, agregaron otras peleas laterales, como la revisión de los jueces designados por el Consejo de la Magistratura antes de 2019 y que tienen a cargo causas calientes; y el acoso sobre Eduardo Casal, procurador de la Nación, cuyo cargo el oficialismo quiere para Daniel Rafecas. Este grupo lo coordinó Ricardo Gil Lavedra y aportaron Mario Negri, Alfredo Cornejo, Marina Sánchez Herrero, Gustavo Mena y Luis Naidenoff. Hubo arbitraje con gente del PRO como Germán Garavano, Pablo Tonelli, Laura Rodríguez Machado y Ernesto Martínez, penalista de Córdoba que es senador por la línea de Luis Juez.

¿Y nada sobre la Corte? No nos interesa nada que exija 2/3 de los votos porque tenemos la capacidad de bloqueo intacta, dicen en ese think tank. Además, creen que la Corte debe hacer su defensa propia, según la estrategia elegida, que entiende que es un problema técnico, e ignora la cuestión fundamental, que es política. Por eso distribuye a la prensa amiga (de ellos) estadísticas sobre lo mucho que sentencian al año, en respuesta a las pullas hirientes de Alberto. Como dice Ernesto Sanz, es un “delito de lesa ingenuidad acordar nada con el gobierno”. En esto se alinea con el ala dura de Elisa Carrió, pese a que son adversarios internos en el espacio opositor. Les cuesta a todos, porque la política es el arte y ciencia del entendimiento, y la tendencia autoritaria los lleva emprender acciones que simulan una guerra. Todos pierden, porque lo que necesita la Argentina es política. Es decir, entendimientos.

Estrategias que ilustran: Churchill vs. Chamberlain

El documento es para alimentar argumentos de rechazo en la sesión de la comisión citada para este martes en el Senado, a donde intentan discutir con la ministra Marcela Losardo. Seguramente leerá en detalle el documento para desbrozar los argumentos. En el debate interno, a puro zoom, sobre la estrategia a seguir, se manifestaron en la oposición actitudes diferentes entre negociadores y rompedores. Los dirigentes se devanaron el seso para definir cuál era la cuestión fundamental, algo imprescindible para una buena estrategia. El modelo de estas deliberaciones internas sigue los manuales, con el ejemplo de la confrontación entre Churchill y Chamberlain sobre qué hacer con Hitler en 1938. Chamberlain creyó que la cuestión fundamental era si Hitler podía ser contenido. Eso lo embarcó en la firma de un pacto que duró una nada. Churchill, en cambio, acertó al definir la cuestión de manera acertada: si el fascismo era una fuerza poderosa que era posible destruir. Esto indicó el camino a una confrontación sin acuerdos.

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Tony Blair recuerda en su volumen de memorias que, en el léxico político británico, decirle “Chamberlain” a alguien es el peor insulto. El debate por esta reforma no está en un terreno de guerra, pero fuerza a los opositores a plantearlo en esos términos. También es la manera de ubicarlo en su dimensión. Puede llevar años hacer una reforma de este tipo. Mientras, parecen imponer un debate de suma cero, en relación con los problemas que tiene el país. Un recurso usado por algunos intendentes para distraer al público de una crisis de gestión es ordenar el cambio de sentido de circulación de las calles, o el recorrido de los colectivos. Eso enloquece al público, lo aparta de temas más comprometedores, y suma cero. Tampoco puede creerse en serio que personalidades del establishment de la justicia como León Arslanian, Hilda Kogan, Carlos Beraldi o Inés Weinberg vayan a traer aportes para una revolución que dinamite el sistema que ellos crearon y administraron, y que los ha hecho ricos y famosos.

Macri en Zurich, como Lenin

El Gobierno cargó sobre Mauricio Macri con reproches a su viaje a Zurich. Mandó a memearlo y le dedicó discursos hirientes en el Senado y Diputados, como un fugitivo de una justicia que, a diferencia de otros, no lo persigue. El ex presidente y socio de Juntos por el Cambio está aprendiendo un oficio nuevo y duro, ser ex presidente. Va a Zurich, ciudad en la que hace poco más de un siglo Lenin preparó su famoso viaje en tren a San Petersburgo para iniciar una revolución. Si leyera el gran libro de Solzhenitsyn “Lenin en Zurich” en la cuarentena francesa, Macri podría entender si el camino será hacia la estación Finlandia, para montarse en un nuevo round de poder, o Zurich es el comienzo de su retirada de la política institucional.

Los socios de la coalición lo toleran, porque integra la mesa de coordinación de Cambiemos. Pero es un socio incómodo, que ya no puede ofrecer el principal activo, ser un candidato ganador. En las reuniones con sus aliados despliega relatos sobre lo que habla con presidentes de otros países que siguen en el cargo, como Sebastián Piñera, Emmanuel Macron, aún José Bolsonaro, sobre la crisis de la peste y la crisis económica. Transmite un nervio de acción, porque mantiene abierta la puerta a la posibilidad del regreso a la actividad, y cuando sus socios se distraen le da un achuchón a Mario Vargas Llosa, otra incorrección política. La señal de la reaparición de Marcos Peña en chats con militantes ilumina la posibilidad de una candidatura a diputado nacional por la CABA, si Vidal lo es en la provincia de Buenos Aires.

Aznar y Alfonsín, modelos para salir

Macri puede aportar más eligiendo una nueva vida, que con avisos de regreso a cargos electivos. Tiene otra inspiración más mansa que la Lenin. José María Aznar dijo en 2003, después de gobernar España dos mandatos, que nunca volvería a ser candidato. Con eso despejó el futuro de su fuerza, y permitió que en 2011 volviera al poder en Mariano Rajoy, por otros siete años. Si Aznar proyectaba la sombra de un regreso, sepultaba las expectativas de su formación. Lo mismo puede hacer hoy Macri, para darle a su coalición una segunda oportunidad sobre la tierra. Si no volvió Cristina, es difícil que vuelva él. Si resuelve esta nueva vida en una actividad no partidaria, puede erigirse en un aporte como el que hacen estrellas de la política como Bill Clinton. Este ex presidente convirtió a su Iniciativa Global en un poder paralelo a los gobiernos, con influencia notable.

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Alfonsín se ufanaba de haber sido mejor ex presidente que presidente. Vivió, desde que dejó el poder y hasta su muerte, en una verdadera corte de entornistas, asesores y allegados que lo visitaban todas las mañana en sus oficinas de la calle Santa Fe. Desde allí construyó el gobierno de la Alianza el 1999, que cayó cuando dejó de ser un sueño de Alfonsín. Pero nunca se movió con proyectos de retorno. Con esa condición se convirtió en los años ’90 en el principal opositor al peronismo, inspiró el gobierno de De la Rúa y les dio argamasa doctrinaria a sus adversarios, como Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, a quienes convirtió a la social democracia y les enseñó a combatir una palabra que él trajo al léxico político, “neoliberal”. Los gobiernos peronistas que siguieron se nutrieron de radicales de la casa de Raúl, como Horacio Jaunarena, Aldo Ferrer, Leopoldo Moreau o su hijo Ricardo, hoy embajador del peronismo.

Los republicanos del peronismo esperan turno

Y zumba que requetezumba el zoom, el último refugio de la actividad política, que padeció tensiones de fuego cruzado en el oficialismo, pese a que el país había entrado en una pausa invernal. Unas vacaciones que algunos dedicaron a cuestiones familiares como el jujeño Gerardo Morales, ocupado en celebrar su cumpleaños cercado por la peste en una provincia que se abre y se cierra como una valva, o Cristian Ritondo, que no pudo esta vez celebrarlo, como solía hacerlo, en Miami. Otros, como el presidente de la UCR Alfredo Cornejo, siguió la agenda en reposo, después de una escala en el quirófano, una inocentada de la que quedó al alta -nada que ver con el virus-. Y otros, como Miguel Pichetto, recibió los plácemes por su designación en la Auditoría General de la Nación. Debuta este martes en sesión del colegio de Auditores. Se volverá a discutir si debe auditar los gastos de este gobierno dedicados a combatir el virus. Lo rechazó el board de la AGN antes, pero ahora hay un proyecto que presentó Negri en el Congreso para insistir.

La decisión es un reconocimiento de los socios de la alianza opositora hacia el ex presidente. Le aporta a Pichetto un rango institucional que lo pone en circulación para otras venturas. Es difícil hacer política como un desempleado y ser auditor es una posición de poder oportuna para su vuelta a la pelea política. El formato es original, porque admite que el peronismo republicano que busca representar -debe buscar su nicho por fuera de Juntos por el Cambio y, en todo caso, cuando sea oportuno aportar desde un partido propio a una coalición electoral-. Como en los negocios, en política la ampliación de una empresa puede hacerse por crecimiento orgánico o por alianzas o captura de nuevos territorios.

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Este es el formato, que Pichetto puede inspirarse en una experiencia que cuenta el ex presidente Ramón Puerta para construir la liga del Peronismo Federal que lo llevó en 2001 a ser presidente del Senado. Sumó a dirigentes del peronismo por fuera del PJ, que estaba hegemonizado por el peronismo de Buenos Aires, dígase Eduardo Duhalde. Esa liga se apoderó de la presidencia de Senado y movilizó la salida de Fernando de la Rúa, con lo cual el poder quedó en manos de su opositores del peronismo. La hipótesis detrás de este proyecto es que hay peronismo formal e informal que está enojado con el gobierno del trío Alberto-Cristina-Massa. Ese peronismo copa hoy el PJ nacional, por eso hay que cruzar la calle si les toca pasar por la calle Matheu -sede partidaria-.

Los disidentes del peronismo gobernante son un sector silencioso que lo imaginan a la espera de que algún dirigente de envergadura encarne su reclamo. Hasta mayo de 2019, ese sector se vio representado por Alternativa Peronista, liga que estalló cuando el peronismo metropolitano admitió bajarla a Cristina de la fórmula y precipitó la unidad que les devolvió al poder en diciembre pasado. Ese peronismo, dice esa hipótesis, está esperando que Alberto se libere de la férula cristinista. No hay señales que lo esté intentando, ya que blinda la gestión del peronismo metropolitano con aportes extraordinarios a Buenos Aires. Según un informe de EcoAnalytics, Alberto multiplicó por 10 las transferencias discrecionales a la Provincia de Buenos Aires, con casi $ 80 mil millones en giros durante los primeros 5 meses del año, versus apenas $ 8 mil millones en igual período de 2019. Prepara la plataforma para el 2023, cuando regirá la no reelección de muchos intendentes. Si en una de esas, rompe, los Republicanos están dispuestos a sentarse con él. Si no, los libera a ellos de salir con la ambulancia.

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Esta pelea es quimérica en el peronismo. La esperaron muchos de Daniel Scioli, a quien nadie nunca le pudo demostrar que, siendo un disidente, podría tener lo que ya le daba el peronismo formal. En eso su estrategia fue la adecuada. Los casos contrarios prueban también la naturaleza ficcional de esas especulaciones. Sergio Massa era un virtual presidente en 2013 y, por fuera del peronismo formal, terminó en 2017 en su casa. Es lo que debe haber leído Alberto Fernández para desandar la disidencia, y comenzó su travesía de regreso al partido. Hizo una escala simbólica, a pocos días de las elecciones de aquel año que tumbaron a Massa y a Randazzo, en Jujuy. Visitó a Milagro Sala, mascarón del cristinismo más extremo. Llamó la atención del Instituto Patria y tuvo una pelea pública con Massa, que tampoco duró mucho.

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  • Cristina Kirchner

  • Sergio Massa

  • Mario Negri

  • Máximo Kirchner

  • Esteban Bullrich

  • Mauricio Macri

  • Jesús Rodríguez

  • Gerardo Morales

  • Cristian Ritondo

  • Axel Kicillof

  • Ramón Puerta

  • Daniel Scioli

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