Cuando en Estados Unidos alguien dice RBG todos saben de quién se está hablando. Son las iniciales de la jueza que quizás haya sido la más famosa del mundo, símbolo de
lucha por la igualdad de género y los derechos civiles, una heroína para el progresismo de este país, protagonista de documentales de Netflix, ícono pop y una figura para una ola de jóvenes feministas que lucen remeras y toman café en tazas con la inscripción “Notorious RBG”.
Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos desde 1993, falleció este viernes a los 87 años luego de pelear varios años contra el cáncer. Más allá de una carrera que marcó al país y a la lucha por los derechos civiles, su muerte deja ahora una vacante en el máximo Tribunal que augura una gran batalla en estos meses ya que el presidente Donald Trump y los republicanos intentarán remplazarla con un juez conservador.
La Corte informó en un comunicado que Ginsburg falleció por “complicaciones” en el cáncer de páncreas que padecía y que estuvo hasta el final acompañada por su familia en su casa de Washington DC. El presidente de la Corte, John Roberts, dijo que Estados Unidos había perdido a “una jurista de estatura histórica”. “Todos en el Tribunal Supremo hemos perdido a una compañera querida. Hoy guardamos luto, pero tenemos confianza en que las futuras generaciones recordarán a Ruth Bader Ginsburg como nosotros la conocimos, una campeona de la justicia incansable y resuelta”.
De campaña en Minnesotta, Trump dijo que “era una mujer increíble” con una “vida increíble”. Ella lo había llamado alguna vez “estafador”, aunque luego pidió disculpas.
Nominada por el expresidente Bill Clinton en 1993, Ginsburg era la jueza de más avanzada edad de los nueve que conforman el Supremo y en los últimos años había sido internada varias veces. Ella llegó a la Corte tras toda una carrera dedicada a causas feministas y a los derechos civiles.
En los años 50, Ginsburg fue la mejor de su clase en Harvard, donde había solo ocho mujeres entre más de 500 hombres. Se graduó y luego se mudó a Nueva York donde ningún estudio jurídico la contrataba por el solo hecho de ser mujer. Así, se dedicó a dar clases en la Universidad de Columbia, donde se la recuerda como una de las grandes figuras que han pasado por sus aulas. En 1972 fue una de las fundadoras del Proyecto de Mujeres de la Unión Para las Libertades Civiles en América (ACLU, en inglés), que tenía el objetivo de cambiar las leyes para favorecer la igualdad entre hombres y mujeres.
En esos años se casó con Martin, un compañero de la facultad: “Él era el único joven con el que salí al que le importaba que tuviera un cerebro”, dijo Ginsburg. Abogado, el solía quedarse en casa cuidando a sus hijos mientras ella salía a luchar por los derechos de las mujeres.
En los tribunales la estrategia de Ginsburg no fue abogar por un cambio radical, sino que hizo un trabajo de hormiga: utilizaba los fallos contra la segregación racial para mostrar que lo mismo sucedía con las mujeres. Fue cosechando victorias que creaban antecedentes jurídicos para de a poco ir acorralando la discriminación en un mundo donde solo había hombres blancos en los Tribunales.
Su hábil estrategia se vio con un gran triunfo en 1975 en el caso de Stephen Wiesenfeld, un hombre al que el Gobierno negó una ayuda económica de viudez porque estaba reservada para mujeres. Ginsburg consiguió que los jueces fallaran unánimemente a su favor (algo que obviamente les resultó fácil) pero luego fue más allá: poco después, el Tribunal Supremo accedió a revisar si, durante siglos, había actuado con un sesgo machista. Como abogada ganó 5 de los 6 casos de derechos civiles que presentó en la Corte Suprema.
En los 80 comenzó la carrera judicial en la Corte de apelaciones de Washington y desde allí saltó al Tribunal Supremo en 1993 de la mano del presidente demócrata Bill Clinton y se convirtió así en la segunda jueza de ocupar una silla en esa Corte, tras la conservadora Sandra Day O’Connor.
De a poco RBG se convirtió en la jueza más progresista del tribunal y sus escritos en los fallos comenzaron a llamar la atención de los más jóvenes, especialmente después de que en 2013 la magistrada se opusiera a acabar con parte de una ley que garantizaba el derecho al voto de los afroamericanos y había sido aprobada en 1965.
Se hicieron famosos los diferentes cuellitos que usaba para decorar su toga negra, sus encendidos escritos en sus fallos y fue bautizada como “Notorious RBG”, a semejanza del famoso rapero “Notorious BIG”. A ella le fascinaba ese nuevo rol de referente para las jóvenes y se dejó filmar haciendo pesas y abdominales en un gimnasio a los 85 años con un personal trainer y llegó a filmar un documental sobre su vida que se vio en cines y tuvo gran éxito en Netflix.
Su salud en los últimos meses estaba muy debilitada y había ingresado varias veces al hospital. Se había visto afectada por la muerte de su marido, también de cáncer, y del juez Antonin Scalia, su compañero de Tribunal, con quien tenían una relación de profunda amistad a pesar de que eran totalmente opuestos ideológicamente. Ambos iban juntos a la ópera y hasta le hicieron una propia con su historia llamada “Scalia/Ginsburg”
Su muerte ahora abre una dura batalla política por la vacante que deja, a pocas semanas de las elecciones del 3 de noviembre.
Pocos días antes de su muerte RBG expresó su voluntad de que su sucesor sea designado luego de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre próximo, pero el gobierno del presidente Donald Trump no parece dispuesto a complacerla porque busca nombrar un conservador que incline definitivamente el tribunal hacia la derecha.
En Estados Unidos, el presidente nomina a los 9 jueces de la Corte Suprema y los confirma el Senado, donde los republicanos hoy tienen mayoría. Los magistrados son nombrados de por vida. La semana pasada Trump presentó una lista de potenciales candidatos a integrar la Corte Suprema para el caso de que sea reelecto en noviembre, que incluye a los senadores republicanos Ted Cruz, Tom Cotton y Josh Hawley, todos conservadores muy próximos a él.
En 2016, tras la muerte del juez conservador Scalia, el entonces presidente Barack Obama intentó nominar a un magistrado, pero los republicanos congelaron el nombramiento argumentando que era un año electoral. Con el triunfo de Trump lograron entonces imponer a un conservador y luego sumaron otro.
Pero el líder del Senado, Mitch McConnell dijo que acelerarán la nominación: “Los estadounidenses reeligieron nuestra mayoría en 2016 y la expandieron en 2018 porque apoyan la agenda del presidente Trump, particularmente sus sobresalientes nominaciones para la justicia federal”, dijo. “El nominado de Trump recibirá el voto en el Senado”, agregó, aunque no aclaró cuándo se daría ese debate, si antes o después de las elecciones.
Paradójicamente este mismo senador había dicho en 2016 que los estadounidenses “debían tener voz en la elección del próximo juez de la Corte, y esta vacante (la de Scalia) no debería ser ocupada hasta que tengamos un nuevo presidente”. Ahora piensa lo contrario.
Cuando se conoció la muerte de RBG, la bandera del edificio de la Corte en Washington se colocó a media asta y espontáneamente fueron acercándose mujeres al lugar. Una abrazaba y le decía: “No ser solo una jueza. Era Ruth Bader Ginsburg. No era sólo una jueza”.
Washington. Corresponsal
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