Desde el helicóptero, rumbo a Olivos, Alberto Fernández vio las caravanas sobre las avenidas porteñas y no pudo evitar confiar su preocupación. Frente a un hecho político que le aportó fortaleza
en sus días difíciles, el presidente entrevió un temor.
“Estamos en pandemia, esto todavía no pasó”, le planteó, al rato, a un colaborador que le pasó un informe sobre las caravanas, las marchas y los indicadores del ring más caliente de la política criolla: la métrica de redes sociales.
Fernández había, un rato antes, cosechado un respaldo casi inédito para un presidente: una foto donde estuvieron todos los gobernadores del panperonismo, hasta el cordobés Juan Schiaretti -que hacía más de una década no participaba de un acto del PJ nacional-, los diversos clanes sindicales y sociales, y todas las terminales del Frente de Todos (FdT), ese archipiélago que funcionó para ganar la elección pero que todavía no aprende a gestionar la crisis.
Fue durante el acto por el 17 de octubre, a 75 años de la irrupción del peronismo en la vida política argentina, un show que se imaginó masivamente virtual pero mutó, luego, en una expresión callejera.
El cambio obedeció, sobre todo, a que la plataforma que diseñó Javier Grosman nunca pudo funcionar bien porque, denunciaron los organizadores, sufrió un “ataque masivo” de hackers desde cuarenta servidores distribuidos por el mundo.
En la previa, desde que le contaron la idea, Fernández fue preguntado varias veces sobre la solidez de la plataforma y Grosman, una y otra vez, transmitió que no había ningún riesgo. En los pasillos de la CGT hubo maldiciones varias para el organizador de eventos kirchnerista.
Ese fue uno de los murmullos, el otro giró en torno a Cristina cuya asistencia fue, hasta el final, objeto de todas las intrigas.
“Cristina está” le dijo Fernández a Clarín al salir de la CGT y agregó, para desdramatizar la ausencia de su vice: “Objetivamente, esto fue un acto que armaron la CGT y y los gobernadores para que lo cierre el presidente”.
Fernández, en un pausa sobre la calle Azopardo antes de partir hacia Olivos, tradujo el acto en clave política. “Es muy tranquilizador saber que uno cuenta con el respaldo de los gobernadores y los sindicatos, porque ahí reside gran parte del poder político y fáctico de la argentina”.
Unos minutos antes, en el cuarto piso de la CGT, escuchó una arenga casi uniforme. Estaban Héctor Daer, el jefe de la CGT, los gobernadores Juan Manzur y Raúl Jalil, Santiago Cafiero y “Wado” De Pedro, Emilio Pérsico, Fernando “Chino” Navarro, Sergio Massa y, única dama, Malena Galmarini
“Sos el elegido, el indicado”, exageró Navarro entre el bullicio de una charla desordenada, postal de peronismo puro que le da un respiro en un momento crítico y lo reinstala en el centro de la escena.
Aunque hubo momentos, como el acuerdo por la deuda o las primeras cuarentenas en la que Fernández mostró músculo político, el acto del 17 se construyó desde otro lado y tuvo el componente de mostrar, luego de una saga de banderazos opositores, unidad de la galaxia oficial, volumen político y respalde callejero.
Quizá, más que lo que Fernández dijo sobre el escenario del Salón Felipe Vallese, el valor político del acto del 17 fueron las caravanas y los gestos, y el mensaje de unidad del Frente de Todos (FdT) con el presidente parado en el centro.
La cumbre de la CGT fue una derivación de otras juntadas. Como del almuerzo en la casa de Tucumán en Buenos Aires, entre los gobernadores Manzur, Gustavo Bordet (Entre Ríos), Sergio Uñac (San Juan) y Raúl Jalil (Catamarca), con Cafiero y De Pedro, o el viaje que Fernández compartió con Kicillof y Gustavo Menéndez a la Isla Martín García.
Entre los ruidos por la gestión y el fuego amigo sobre el gabinete, con capítulos incómodos como el tema Venezuela, Fernández encuentra oxígeno en el PJ que le monta un show de respaldo y se prepara, a pesar de alguna disidencia, a entronizarlo como jefe del partido.
Menos activo estuvo Máximo Kirchner, que no estuvo en ninguna de las juntadas y llegó sobre la hora al acto en la calle Azopardo. Protagonizó, además, un pequeño desplante: le habían reservado una butaca en la primera fila entre Daer y Massa pero se la cedió a Mayra Mendoza, la camporista que es intendenta de Quilmes.
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