Historia conocida. A medida que la distancia entre el dólar oficial y los financieros o el blue crece más y más, las decisiones cotidianas se desvirtúan. Los que importan
insumos para producir aceleran compras y adelantan pagos, ante el miedo a una devaluación inminente. Los ahorristas y las empresas con deudas en dólares intentan sacarle la mayor cantidad posible de divisas al Banco Central, a la vez que aumentan las presiones sobre los activos financieros y bienes durables, como automóviles, que permiten huir del peso.
Cuando todos buscan salir, nadie quiere entrar. Los que “producen” dólares venden cada día menos, anticipando la devaluación. Los exportadores demoran sus liquidaciones en el Banco Central, los sojeros no entregan sus granos a las fábricas y son completamente indiferentes a la baja (exigua) de retenciones y a los mejores precios internacionales. Los ahorros en dólares salen de los bancos y escapan del sistema.
Este círculo vicioso, que se acelera a una velocidad inusitada en las últimas semanas, nos coloca ante una dinámica perversa. Ante la lógica cobertura frente a costos futuros inciertos, las empresas incrementan precios y/o venden menos, por la mayor incertidumbre en la provisión de insumos. Más inflación y la posibilidad cierta de desabastecimiento en el horizonte. Estas son las razones por las que una brecha persistente superior al 100% es insoportable para que la economía funcione con normalidad.
El Gobierno dejó pasar una oportunidad única para bajar la brecha a fines de agosto, cuando cerró el exitoso canje de deuda. Desde entonces, la política económica perdió el encuadre, actuó siempre tarde, decidió mal, con aspirinas para un paciente en estado crítico.
Evitar la devaluación desordenada, decidida en los mercados financieros, debe ser la prioridad uno. Porque los equilibrios sociales están demasiado frágiles. Aunque tarde y con poca potencia, hay que poner sobre la mesa todo el arsenal disponible: suba de tasas, intervenciones en el mercado de bonos, corrección fiscal. Asumiendo que puede haber algo más de recesión, pero huyendo del inmenso desorden que provocaría un nuevo golpe al peso en el bolsillo de los argentinos.
(*) economista y director de Analytica
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