Alguna vez pensé -aún lo pienso- hacerme esos tests que estudian nuestros antecedentes genéticos. Si tenés genealogía vinculada a tal o cual grupo de población, de etnia, de continente de origen.
Me parece provocador saber quiénes fueron nuestros antepasados ya que hubo muchos cruces impensados, casi todos llevamos mestizajes en nuestras venas, lo sepamos o no.
Pero ese posible descubrimiento no es el que más curiosidad me genera. Algunas compañías que realizan estos tests tienen grandes bases de datos que, si uno acepta, comparan los resultados propios con los de la gran memoria. Y así puede aparecer un pariente en tercero o cuarto grado del que nunca supimos. Ahí me pregunto: ¿tendré alguna similitud física o actitudinal con él/ella? ¿Existe una constelación subterránea de los que compartimos un ancestro? ¿Los genes definen más de lo que suponemos? ¿O no es así y todo se vincula con un relato atrapante pero ya no con la verdad?
No tengo la respuesta. Estas dudas -a veces ilusiones- te hacen sí imaginar lo complejo de ignorar todo sobre un pariente cercanísimo (padres, abuelos, hermanos). Reconocer una identidad es tan atrapante como también, quizás, cruel. Hay que resignificar parte de uno, nacer de nuevo. Recuerdo el testimonio de una hija de desaparecidos que durante mucho tiempo no quiso aceptar la posibilidad de no ser la hija de sus apropiadores. Implicaba haber sido criada por el enemigo. Enemigo a los que sin embargo decía mamá y papá. Difícil.
En los casos como la historia de Luis aparece una dimensión distinta: el mundo de lo “bastardo”. Sí, suena feo pero es así. Tanto ese estudiante que dejó embarazada a la mucama como su familia podían aceptar a la bebé pero no a la madre. Integrar a una mujer pobre, de campo, quizás con sangre indígena era inimaginable para cierto nivel social. Pero para esa hijita que daba los primeros pasos, ¿cómo explicarse, ya de grande, que su papá no la quería por humilde, por “falta de pureza”? ¿Se puede remontar ese dolor?
Esta vez tampoco tengo la respuesta. Intuyo que dependerá del arrepentimiento, del cargo de conciencia, si lo hubo. Y del darse cuenta de todo lo que perdió por haber jugado a las escondidas humanas.
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