La nueva historia de Marcelo Birmajer: El canario (primera parte)

Espectaculos
Lectura

-Pero era más que esa natural tendencia -precisó Batsheva- El canario se convirtió en mi causa, como la de un político o un orate. Mi compañero de colegio Andrés era hijo

del veterinario de la calle Viamonte. Una tarde, en su local, lo vi tranquilizar a un cachorro de leopardo. También en alguna ocasión, por mi recomendación, habían curado una patita del canario de Filomena, a domicilio. Andrés no solo era valiente, sino ágil. Por momentos como un contorsionista, un artista de circo. Incidentalmente, el cachorro se lo había llevado al padre una pareja del circo Dellepiane, instalado por unos meses con sus carromatos en el predio de la calle Tronador, para dar sus funciones en Buenos Aires, como hacían en el resto de Latinoamérica y el mundo. Hice todo lo posible por conquistar a Andrés, pasear con él, conversar, intercambiar tareas del aula. Al terminar un recreo, lo retuve varios minutos, cuando ya debíamos estar en clase, en un aura clandestina e intensa, en un rincón oculto del patio: le anuncié que dejaría abierta la ventana del cuarto de Filomena que daba a la calle. Andrés debería ingresar, liberar al canario a como diera lugar, fugar y volver a cerrar la ventana. “El crimen perfecto”, sonrió Andrés con un gesto viril. El crimen de la libertad, le repliqué yo a los diez años, hija de músicos y medio loca.