UN ANÁLISIS PROFUNDO DEL MERCADO LABORAL REFLEJA DE MANERA CONTUNDENTE QUE NO SE ESTÁ CREANDO TRABAJO GENUINO, SINO TODO CONTRARIO.
Por Emiliana Gisande y Martín Pollera/El INDEC publicó recientemente los nuevos datos del mercado de trabajo del cuarto trimestre de 2017 dando lugar a una suerte de festejo del gobierno nacional al haber descendido la tasa de desempleo del 7,6% en el cuarto trimestre de 2016 al 7,2%.
Pero un análisis más profundo del mercado laboral refleja de manera concluyente que no se está creando trabajo genuino. Al contrario, ese descenso del desempleo se explica por una precarización laboral que deja en evidencia al modelo de acumulación que favorece el gobierno de Cambiemos, que erosiona el ingreso de los trabajadores y beneficia tan solo a una minoría acomodada/concentrada.
Poniendo en contexto esos datos del mercado laboral con la situación económica actual, surge claro que ante una caída de la producción industrial son los empleos de baja calidad los que comienzan emerger como respuesta a la insuficiente generación de trabajo. Por esto es esperable que la destrucción de empleo industrial (-17 mil puestos en 2017) no se traduzca de manera proporcional en un aumento de la tasa de desempleo, puesto que la falta de empleo genuino lleva a muchas personas a insertarse en el mercado de trabajo pero bajo modalidades ocupacionales a las que se recurre porque no hay mejores y así actúan como medios precarios de subsistencia.
Vayamos entonces a los datos. De la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) surge que la tasa de empleo aumentó notoriamente del 41,9% en el último trimestre de 2016 a 43% en el cuarto trimestre 2017. Este aumento, según proyecciones poblacionales, equivaldría a una generación de 680.000 puestos de trabajo. Por otro lado, el Ministerio de Trabajo informa que en 2017 se crearon solo 271.000 puestos de trabajo registrados incluyendo todas las categorías ocupacionales: asalariados privados, asalariados públicos, asalariados de casas particulares, independientes autónomos, monotributistas y monotributistas sociales. De la diferencia entre lo que nos dice la EPH, que capta también el empleo informal, y los números del Ministerio de Trabajo, se estima entonces que se habrían creado un total de 409.000 puestos de trabajo “en negro”. Es decir: de baja calidad.
Teniendo en cuenta la modalidad de contratación, el aumento del empleo del 2017 se explica por un fuerte incremento del monotributo (36%) y del monotributo social (14%). Ambos generalmente están ligados a la informalidad y precariedad laboral, por lo que al deducirlos de la cantidad de puestos laborales registrados original, estaríamos en presencia de un remanente de 135.000 puestos, de los cuales 39.000 corresponden a creación de empleo público. Quedan entonces menos de 100.000 puestos que serían “de calidad”, objetivo del que alardeaba este gobierno en sus inicios.
Basta con observar el caso de la Provincia de Buenos Aires para entender el vínculo existente entre la generación de empleo genuino, que creemos es aquél vinculado a la producción/industria, y la coyuntura económica. En dos años de gobierno de Cambiemos el empleo registrado en la Provincia casi no varió, con un 0,2% de alza, lo cual es bastante lógico al concentrar Buenos Aires el 50% del valor agregado industrial y el 30% del total de establecimientos productivos del país. En una oleada crítica para el sector industrial, el Gran Buenos Aires se presenta como el área más conflictiva en términos de densidad demográfica de trabajadores y de tejido productivo. Y precisamente allí fue donde se registró la segunda tasa de desempleo más alta luego de General Pueyrredón (Mar del Plata): 9,2%.
Entonces, ¿y dónde está el empleo? En esta aparente mejoría del mercado laboral no hay creación de empleos de calidad, que son los que en definitiva potencian las habilidades de nuestros trabajadores y mejoran sus ingresos y condiciones de vida propias y de sus familias. Más bien, de la mano de la vuelta de las políticas neoliberales de apertura comercial, desindustrialización, aumentos tarifarios y deterioro del salario real, empezaría a resonar nuevamente el concepto de “latinoamericanización” del empleo, muy utilizado en los años 90, donde unos pocos acceden a empleos calificados y muchos, demasiado, a trabajos precarios, profundizando, la ya profunda, brecha entre ricos y pobres.