Los mexicanos se levantaron el pasado martes aún incrédulos ante la noticia de que el gobierno había declarado la emergencia sanitaria el lunes por la noche para combatir el coronavirus. Dudas que
el propio presidente, Andrés Manuel López Obrador, se encargó de disipar horas después al afirmar que la transformación del país estaba en juego por la epidemia.
“Vamos a salir airosos de esta crisis, de esta epidemia”, dijo el presidente a los pocos minutos de tomar la palabra para anunciar las medidas económicas excepcionales que se aplicarán durante un mes para frenar el coronavirus.
Mientras que López Obrador hablaba de los peligros a que se enfrenta el país, en la colonia del Valle, Iván Abuerto, de 24 años, miraba su puesto callejero y calculaba cuántas tortas y cafés tenía que vender para salvar el sueldo de la jornada.
“Nos moriremos de hambre o de coronavirus”, afirma mientras se ajusta la mascarilla verde que cubre su rostro. “Estoy vendiendo menos de una tercera parte de lo habitual y temo lo peor”, se lamenta.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, decidió implementar la emergencia sanitaria para intentar frenar la propagación del coronavirus. /EFE
Junto al presidente, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, detalló las medidas que contempla la emergencia sanitaria, que se resumen en parar toda la actividad que no sea esencial. Un reto no menor para un país de 126 millones de habitantes, que tiene 52 millones de pobres y una economía informal que abarca todos los sectores.
Una economía de subsistencia que llena las calles del país, y que las cifras oficiales sitúan en torno al 46% de la economía total. Sus empleados, verdaderos emprendedores, no pagan impuestos ni tributan, pero tampoco tienen derechos básicos como los servicios sanitarios.
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Aunque las cifras oficiales del coronavirus no son ahora alarmantes –28 muertes y 1094 casos confirmados de contagio–, los responsables políticos quieren evitar que la epidemia colapse una economía que vive sus peores momentos. El precio del barril de petróleo es el más bajo de los últimos veinte años, y el peso mexicano se ha devaluado de forma alarmante.
El dilema de optar entre la salud y la economía es lo que López Obrador ha querido evitar desde que hace quince días se detectaran los primeros casos de coronavirus. El presidente sabe muy bien que parar el país castigará de forma irreparable a los asalariados y los sectores informales. Los que le dieron mayoritariamente el voto hace un año y medio.
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Infografía: Clarín
Fue por eso que el martes anunció que quedaban excluidos de la emergencia sanitaria los programas sociales que atienden a una población de ocho millones de adultos mayores, como también los pequeños negocios de barrio y los puestos de comida.
Para evitar el empobrecimiento de las clases populares, el presidente ha pedido a los empresarios que no despidan durante la situación de emergencia. “Es un asunto de índole humanitaria”, dijo en lo que parecía ser un ruego . Nadie sabe si atenderán su petición.
La misma incertidumbre que tenían ayer las tres trabajadoras que esperaban a las puertas de un McDonald’s junto al parque Hundido, a pocos metros del puesto de Iván Abuerto. Faltaban diez minutos para que abriera y todavía no había llegado el encargado.
“Llevo trabajando tres años y no sé que va a pasar”, comenta Cinthya Colín, de 19 años. Se ha levantado a las 4 y media de la mañana y tiene dos hijos de menos de dos años que dejó con su madre. “Si pierdo el trabajo, no sé de qué voy a comer”, añade.
La enorme economía informal de México sufre por la declaración de la emergencia sanitaria. / REUTERS
“Nos gustaría cerrarlo todo, pero no podemos”, manifestó Hugo López-Gatell, la cara visible del gobierno en la comunicación de la crisis sanitaria. “Estamos en una fase de ascenso rápido y ahora tenemos la última oportunidad para parar la pandemia”, explicó mientras muestra una gráfica con la evolución de los contagios.
En un país donde mucha gente necesita trabajar al día para poder sobrevivir, la emergencia sanitaria hace prever los peores escenarios. “Va a ser muy difícil que la gente se quede en casa”, señala Fernanda Openhaym, presidenta de la Red Derechos Económicos y Sociales.
“Acuérdate: turno trabajado, turno cobrado”, comenta el vigilante de la revista Proceso cuando acude a comprar un café en un puesto de la esquina donde Juan Carlos Rodríguez inicia un día de incertidumbre. “Hay que tener pilas y salir adelante porque enfermarse es un lujo”, afirma este vendedor.
Mientras, en el Palacio Nacional, el presidente del país aún no ha dicho que el próximo domingo anunciará un plan “para levantar la economía”. Tampoco Iván Abuerto sabe todavía cuantos Nescafés de diez pesos, menos de medio euro, venderá.
Por Francesc Barata, Ciudad de México
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