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La Segunda Guerra Mundial: Zhúkov, el mariscal soviético que derrotó a los nazis y enfrentó a Stalin

8 mayo, 2020
in Internacionales
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La batalla de Berlín, brutalmente cruel y heroica en muchos tramos, no sólo zanjó la II Guerra Mundial y llevó a Adolf Hitler al suicidio.

También blindó el prestigio del mariscal Gueorgui Zhúkov, artífice de la derrota nazi en la capital alemana, último refugio del Tercer Reich.

La memoria histórica suele construirse con fragmentos y figuras dominantes. Zhúkov fue una de ellas. No sólo por ser un gran estratega militar, sino especialmente por haberse atrevido a enfrentar a Iósif Stalin y sus delirios paranoicos.

Elevado a la categoría de héroe por la toma de Berlín y la rendición de lo que quedaba de la cúpula nazi, Zhúkov fue relegado por Stalin, temeroso de su fama, y enviado a los confines de la gran Rusia. Pero el mariscal no se amilanó y cuando volvió a adquirir poder, una vez muerto el líder soviético, inició una lenta y contundente venganza.

Uno de los primeros en caer bajo sus manos fue el tenebroso Lavrenti Beria, un insidioso monje que le susurraba a Stalin los nombres de los que debían encarcelarse por “traición”, y el que había articulado los falsos testimonios destinados a denigrarlo.

Tres grandes generales aliados. El norteamericano David Dwith Eisenhower en la izquierda, bromea con Gueorgui Zhukov en el centro. A la derecha se encuentra el mariscal británico Sir Arthur Tedder.

Tres grandes generales aliados. El norteamericano David Dwith Eisenhower en la izquierda, bromea con Gueorgui Zhukov en el centro. A la derecha se encuentra el mariscal británico Sir Arthur Tedder.

Zhúkov siempre fue un leal hombre de la revolución bolchevique, con una reputación ganada en cada batalla, desde el comienzo de la lucha. Como toda figura histórica, tenía una personalidad compleja, con claro-oscuros.

Su padre era zapatero y su madre campesina. No tenía muchas alternativas al principio del siglo XX en una Rusia de zares despóticos y pobreza extrema. Su escape fue el ejército ruso, a donde ingresó aún adolescente en 1915. Cuatro años después estaba combatiendo en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

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Volvió con varias medallas. Pero su ascenso se dio en las filas del Ejército Rojo, combatiendo a las tropas que intentaban derrocar a la naciente revolución bolchevique.

Uno de sus primeros logros fue contra el temido Ejército Guandong, una formación de élite de Japón que entre 1938 y 1939 intentó tomar la frontera entre Mongolia y el territorio de Manchukuo. Zhúkov los derrotó, comandando un sector del Ejército Soviético Mongol. Dos años después los nazis invadían Rusia con la orden de Hitler de tomar Moscú.

El salvador de Moscú

El alto mando de Stalin quedó paralizado. No esperaban una invasión alemana después de haber acordado con el Führer un pacto de no agresión, algo que sólo León Trotsky se atrevió a denunciar.

Zhúkov, indignado por una defensa pasiva de los militares soviéticos, criticó a Stalin y a sus comandantes. Inmediatamente fue desplazado a la defensa de Leningrado. Pero en octubre de 1941, cuando las tropas de la poderosa Wehrmacht se acercaban a Moscú, fue convocado nuevamente.

El mariscal inició una contraofensiva soviética, con tácticas de “guerra móvil”, que descolocó a los nazis y frenó su avance. Fue uno de sus grandes logros militares, y para el pueblo se convirtió en “el salvador de Moscú”.

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Sus tácticas basadas en una guerra de acorazados, con tanques y blindados como arma de apoyo a la infantería, le permitieron quebrar el poderío militar alemán. Pero sobretodo, el mariscal desentrañaba el pensamiento de los generales nazis y se anticipaba estratégicamente.

En Stalingrado rompió el cerco de los alemanes con una operación de pinzas. Con picardía, hizo avanzar a sus tropas de noche, para que los enemigos no los vieran. Los nazis se dieron cuenta cuando ya era tarde y la artillería los destrozaba.

La batalla de Berlín

Zhúkov recuperó poco a poco el territorio soviético, venció en Leningrado y en la incruenta batalla de tanques de Kursk. Pero Berlín, el centro del poder del Reich, fue su trofeo final.

Claro que el mariscal soviético no era un humanista, o por lo menos el concepto que solemos tener de un humanista. Sus conquistas fueron abonadas con los cadáveres de miles de soldados soviéticos. La batalla final de Berlín le costó 35.000 hombres y mujeres, sólo en el último tramo.

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Ese asalto final comenzó a mediados de abril de 1945. En la ciudad, el general alemán Helmuth Weidling había desplegado una enorme cantidad de tropas que había traído de todos los frentes. El núcleo duro lo componían unos 45.000 hombres experimentados pertenecientes a la Wehrmacht y la SS. Pero también niños de las Juventudes Hitlerianas y una milicia heterogénea, la Volkssturm, creadas por Joseph Goebbels con policías, obreros y trabajadores de todo tipo.

La defensa alemana fue feroz. El propio Zhúkov lo describió así: “Cada calle, cada barrio, cada una de las casas, cada vivienda, cada habitación y cada sótano es tenazmente defendido por el enemigo”.

Zhúkov volvió a utilizar los tanques, pero los eficientes Panzerfaust alemanes –lanzagranadas antitanques- destruyeron un gran número de blindados. El 27 de abril sus tropas ya controlaban casi toda la ciudad. Sólo quedaba el asalto final sobre el Reichstag, que tenía un alto valor simbólico porque era el centro del poder nazi.

El edifico cayó en manos de los soviéticos en la tarde del 30 de abril, y la bandera roja con la hoz y el martillo ondeó sobre su cúpula. Hitler y Eva Braun se suicidaron en el búnker de la cancillería, y lo que quedaba de la cúpula militar alemana se rindió ante Zhúkov el 8 de abril.

Bajo la purga de Stalin

La popularidad del mariscal encendía a los rusos. Stalin no lo soportó.

Un año después, cuando se preparaba para comandar la zona de ocupación soviética en Alemania, Stalin lo hizo volver a Moscú y lo despojó de todos sus cargos. Lo envió a la lejana Odessa para dirigir un pequeño distrito militar local. Una humillación para el glorioso estratega de la victoria soviética.

“Estaba celoso de mi gloria. Y Beria alimentó este sentimiento aún más”, lanzó muchos años después Zhúkov.

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Para desplazar a Zhúkov, el sombrío Bería –al mando del siniestro servicio secreto de Stalin- había detenido y torturado al jefe de la Fuerza Aérea, Alexánder Nóvikov. Lo obligaron a firmar un testimonio sobre Zhúkov, con cargos de traición. “Rompieron mi moral, estaba desesperado… noches de insomnio… así que lo firmé, sólo para que parasen”, confesaría años más tarde Nóvikov.

Después de Odessa, enviaron a Zhúkov a un lugar más inhóspito aún: al Distrito Militar de los Urales en Sverdlovsk, a unos 1.700 km de Moscú. Allí se dedicó a combatir la delincuencia y la corrupción. Como en el campo de batalla, allí tampoco tuvo piedad.

La venganza Stalin le permitió regresar a Moscú en enero de 1953. Tres meses después murió el líder soviético.

Con el ascenso de Nikita Kruschev al poder, Zhúkov, cuyo prestigio estaba intacto entre los militares, fue rehabilitado y llegó a ocupar el cargo de ministro de Defensa.

Entonces comenzó su venganza. Persiguió a los altos militares que habían participado de las purgas de Stalin y reivindicó a los que injustamente habían sido condenados. Se dio el gusto de ir personalmente a detener a Beria y mandarlo a una celda. Duró sólo el tiempo necesario para que asimilara el dolor. A los pocos días lo ejecutaron, sin misericordia.

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La mano dura de Zhúkov le generó roces con Kruschev, y nuevamente fue perdiendo poder. En 1958 lo desplazaron nuevamente. Leonid Brézhnev lo reivindicó en 1964, tratando de utilizar la popularidad que aún tenía el viejo mariscal. Pero el viejo mariscal prefería recluirse y escribir sus memorias.

El general que había combatido y derrotado a la poderosa maquinaria nazi murió en junio de 1974, en la cama de un hospital de Moscú, a los 78 años. No llegó a ver la caída de la Unión Soviética, a la que había defendido con convicción, pese a las intrigas palaciegas.

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TEMAS QUE APARECEN EN ESTA NOTA

  • Unión Soviética

  • Iósif Stalin

  • Alemania

  • Berlín

  • Rusia

  • Japón

  • Moscú

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