Saul Goodman monta su escenografía en un desprolijo centro de estética. Entre secadores de pelo, manicuras y ruleros acomoda a los actores y diseña su comercial. Una catarata de golpes bajos
y certeros. Resultados inmediatos y supuestamente garantizados. Causa y efecto sintetizados de manera ágil, comercial, atractiva, carismática. El abc del marketing usado para manipular. Saul, el abogado chanta de “Better Call, Saul” es un personaje de ficción. Pero no es ficción Giselle Rímolo, tampoco lo es el doctor Rubén Mühlberger. ¿Por qué existen estos personajes reales? ¿Cómo funciona su imán?
“El ser humano desde siempre le temió a la enfermedad, a la vejez y a la muerte. Cualquiera que prometa una solución sencilla a estas cosas va a tener público”, enuncia el psiquiatra y psiconalista Pedro Horvat. En este caso, el médico detenido prometía que tenía la receta para vivir 170 años y el remedio contra el coronavirus.
Y amplía: “Todos tenemos la tendencia al pensamiento mágico. En los niños es normal. En los adultos, el pensamiento mágico debería cederle el lugar al criterio de realidad. Pero así y todo hay algo que permanece. Por eso decimos ‘¿y si esta semana juego al Quini?’ O nos aferramos a las cábalas. Si esto viene sumado a otros validadores de opinión es aún más fuerte. Mucha gente cree que si algo está en el diario o sale en la tele debe ser cierto; si lo dice un famosos debe ser cierto. Así determinadas personas ganan notoriedad estimulando el pensamiento mágico”.
Gabriela Martínez Castro, directora del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad, abre la puerta al análisis con una anécdota. “La mamá de un paciente ganó un premio de literatura en 2012. Era un premio muy importante –recuerda-, pero nadie se enteró. Ella tiene el mismo apellido que una persona famosa y era tremendo ver cómo en las búsquedas de Internet no aparecía nada de esta señora y sí un montón de cosas intrascendentes de la famosa”.
El combo se agranda en un panorama inédito como el actual. Aislados, con muchas más preguntas que respuestas, con los canales de comunicación multiplicados y las fake news rebotando de una punta a la otra del mapa. Vulnerables. Habidos de certezas cuando solo irrumpen más dudas.
Allanamiento a la clínica y detención de Rubén Mühlberger, conocido como el “médico de los famosos”. EFE
“En Argentina hay mucho cholulismo. Entonces si va a una fulana de tal que tiene renombre, voy yo también. La gente fantasea con lo que pasa en los medios. Supuestamente porque son famosos son más sabios”, dice Martínez Castro.
Horvat coincide en que “los sistemas de prestigio de esta sociedad son particulares” y opina que “hay médicos con mucho prestigio académico a los que no los conoce nadie, solo tienen reconocimiento en su nicho. En cambio, estar en las redes o en la tv forma parte del sistema de validación: cuantos más likes tenés mayor es tu prestigio”.
De creer se trata. De escuchar eso que querían escuchar. Pensar que la solución que creían imposible ahora está al alcance de la mano y de yapa llega con el sustento de personajes que aparecen en la tele, esos que suelen moverse en una esfera inalcanzable y en este caso se presentan como pares.
“Porque pinchó a Moria Casan vamos todos, tiene que estar bien”, apunta Martínez Castro. “Son como sectas -agrega-. Así actúa la psicología de masas: ofrece una mano mágica, una solución rápida. Esto se potencia cuando hablamos de estética y de supuestos métodos contra la vejez o, peor aún, contra la muerte. La gente ni siquiera analiza si, como en el caso de Mühlberger, el médico tiene títulos o cuál es su experiencia”.
“Es necesario volver al rigor. No podemos poner nuestra salud psíquica y física en manos de un influencer –aporta Horvat-. Vivimos en una cultura que promueve la idea de que todos los problemas tienen solución. Y que esa solución llega con el consumo de un determinado producto. Las dos cosas son falsas. Enseguida la gente se pregunta: ‘¿Dónde puedo comprar la solución de mi problema?’”.
En este sentido, los especialistas detectan un problema que crece a pasos agigantados: el exceso de información. Los canales se multiplican, las redes sociales potencian mensajes difusos y es indispensable mantener la señal de alerta.
“Hay un gran problema conceptual que se llama Google”, titula Horvat. Y se da pie al desarrollo de esta tendencia. “Se confunden datos con conocimiento. Google es una fuente infinita y muy valiosa, pero lo que hay ahí son datos. ‘Un señor de Australia se curó de artritis comiendo kiwi’. Eso es un dato. Para que se transforme en conocimiento tengo que saber quién es paciente, cuáles son los nutrientes del kiwi y principalmente tengo que tener experiencia. Suele pasar que una persona se va a hacer un análisis de sangre y googlea los resultados que cree que no le dieron bien. Y de esos datos sueltos y contradictorios que encuentra saca conclusiones. Nos pasa a los médicos que tenemos que discutir contra Google con los pacientes. Me dicen: ‘pero yo me fijé y en Internet decía que tenía tal cosa’. Todo este sistema favorece la aparición de alguien con carisma que afirma que tiene una solución mágica como Mühlberger o tantos otros”.
Beto Casella y Moria Casán se atendían con Rubén Mühlberger, el médico que fue detenido.
La era del coronavirus presenta estos ejemplos a diario. En forma de cadenas de WhatsApp, de vaticinios que mutan a cada paso o búsquedas que no llegan a ningún destino.
“Es que la gente necesita tener certezas, busca respuestas de la vida, de la muerte, de todo lo que puede pasar. Y hoy que no se puede planificar ni cómo vamos a estar la semana próxima. Esto enloquece”, afirma Martínez Castro.
“Cada uno adhiere o se identifica con un discurso según su propia ansiedad –resume Horvat-. Me subo a un discurso si me alivia. Entonces están los que creen que el virus es un invento de un laboratorio chino y que todos deberíamos salir a la calle. Y están los que dicen que todos nos vamos a morir. Vivimos escuchando a expertos que dicen exactamente lo contrario de lo que otro afirmó ayer. En este tiempo lo único preciso y cierto es la incertidumbre”.
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