No hay duda que la fórmula alquimista de intentar parar la pandemia de coronavirus con la libertad responsable se hizo pedazos. Uruguay se acaba de consagrar según el último informe de
Harvard, en el campeón mundial del COVID-19. Somos el país más infectado del planeta con 837 colonizados por el virus por día por cada millón de habitantes, seguidos por Hungría con 770 enfermos.
Triste privilegio de ser el único país en el mundo que superó los 800 infectados por día por cada millón de seres que viven en este solar. Para tener una idea de la enormidad de este récord macabro, Brasil solo tiene 302 infectados por millón y la Argentina el otro coloso asediado por la emergencia sanitaria, solo 268 enfermos. Uruguay tiene un 312% más infectados que nuestro vecino del Plata.
Cuánto más esperará este gobierno insensible en imitar a la mayoría de los países del orbe, limitando la circulación humana para que no circule la muerte. Cuánto más esperará en apelar al impuesto a la riqueza y a las abundantes reservas que le legó el Frente Amplio, para curar las heridas que este virus mortal infrigió a los desposeídos del terruño. Ya batimos todos los récords mundiales de infectados. Ya somos noticia en todo el mundo por la debacle sanitaria que estamos viviendo. Solo falta que también seamos los primeros en mortandad.
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Entre las 198 naciones del planeta figuramos en el promedio de la última semana entre los 15 países con más muertos por cada millón de habitantes. Día a día escalamos posiciones. Estábamos lejísimo el año pasado de los países que llenaban sus camposantos. Hoy estamos a solo 14 lugares del primer puesto en mortandad. Y hoy estamos a un paso de la dramática encrucijada en que se encontrarán los galenos, para decidir quién vive y quien muere de los internados.
La receta fracasó y es de necios no reconocerlo. Quiero ver a nuestro presidente pidiendo la cadena de televisión para reconocerlo. Es de grandes reconocer un error y de pigmeos ignorarlo. Se trata de la vida y la muerte de nuestro pueblo. No hay narcisismo que justifique este crimen, agravado por cometerse, en el colmo del desatino, en nombre de la libertad.
Los últimos días me dediqué en mi obligada prisión sanitaria a observar y analizar los números de la pandemia, deteniéndome especialmente en los caídos en el campo de esta cruenta y desigual contienda.
Y por momentos no entendí, me pareció percibir que los números estaban borrachos, detectando la ebriedad de los informes, como en otros momentos de mi vida descubrí la ebriedad de la historia.
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En efecto, los partes de la Sociedad Uruguaya de Médicos Internista (SUMI), que informa día por día el número de fallecimientos en los cuidados intensivos en todo el país, registra un número de decesos hasta tres veces menor que los partes del Sistema Nacional de Emergencias (SINAE).
O están muriendo muchos hombres y mujeres en sus propias sábanas, bajo sus propios techos, rodeados de familiares y amigos, o en las puertas de los hospitales sin que lleguen a ser internados o en los taxis o autos que los trasladan, sin que la población se entere de todas las víctimas sin atención intensiva que se lleva este quinto jinete del apocalipsis, o hay un error en el SUMI o en el SINAE o en ambas instituciones, o el equivocado, el incrédulo, el kantiano que sigue creyendo en que dudo luego existo, soy yo.
Dirijamos nuestra atención a los porfiados números de los últimos seis días. El martes 30 de marzo el SUMI reportó 13 fallecimientos en cuidados intensivos y el SINAE 25 muertos por Covid. ¿Debo deducir acaso que 12 personas murieron de COVID-19 en sus casas? Al día siguiente miércoles 31 el SUMI reportó 9 fallecidos y el SINAE 21. ¿Otra vez 12 asesinados por el Covid que no fueron hospitalizados? Tiene que haber una explicación oficial al respecto.
El 1 de abril, el SUMI informa que son 9 los fallecidos y el SINAE no oculta que fueron 35 los muertos infectados. Esta vez un 300% más de fallecidos que no fueron hospitalizados.
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El 2 de abril, el SUMI reporta 13 fallecidos y el SINAE 32, una diferencia de 19 muertos más sin cuidados intensivos. El 3 de abril el SUMI da cuenta de 13 fallecimientos y el SINAE de 30 muertos. El 4 de abril el SUMI informa que fallecieron 17 personas en cuidados intensivos y el SINAE aumenta la cifra a 30.
Y el 5 de abril el SUMI da cuenta de solo 8 fallecidos en CTI, mientras que el SINAE informa una mortandad de 45 hombres y mujeres, 37 de las cuales perdieron su vida sin ser hospitalizados.
Este lunes fue un día negro para la sanidad uruguaya. Hubo casi cinco veces más de fallecidos fuera del CTI que los que murieron en esos centros intensivos. Una verdadera desgracia nacional. Estas son las cifras oficiales de ambas instituciones, una que informa sobre los muertos en cuidados intensivos y la otra los muertos de COVID-19 en todo el país.
Es muy probable que haya una explicación a esta inquietante paranoia de los macabros números. La estamos esperando porque no podemos creer que son más los que mueren de coronavirus en sus casas o en las puertas de los hospitales que en los propios CTI.
Como también, y en aras de la libertad de información, esa sí imprescindible en esta guerra desigual, estamos esperando que en cada reporte diario sobre los fallecidos, se nos diga que ninguno de ellos fue vacunado ni en primera dosis ni en segunda. Sería una forma de impulsar la inmunidad de rebaño. Y si hay excepciones, si algún vacunado falleció por coronavirus, el pueblo también tiene derecho a saberlo. Porque la desinformación y el secreto son en esta contienda, los dos grandes aliados de la muerte. Que el Sanedrín del poder tome nota.